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Cuando el peligro acerca al pueblo

Oscar Humberto González Ortiz

La vida, en su esencia más cruda, es una sucesión de momentos entrelazados entre la rutina y el caos. Esta semana, al observar videos y fotografías de una cisterna de combustible que explotó en un municipio, una pregunta emergió con fuerza: ¿qué une a un líder con su pueblo más allá de los discursos? La respuesta, quizá, se esconde en aquellos instantes en los que el riesgo borra jerarquías y convierte la vulnerabilidad en puente colectivo. 

El episodio reciente, con su estruendo y humo negro elevándose hacia el cielo, gracias a Dios que sólo dejó cicatrices en el paisaje urbano, como también resucitó memorias dormidas. En mi mente, reviví escenas de años atrás: refinería en llamas, una estructura circular ardiendo cual burbuja infernal, y la figura del Comandante Hugo Chávez abordando un vehículo Tiuna. En aquel entonces, acompañado por un ministro, periodistas y por mi persona, el Presidente decidió dirigirse al epicentro del desastre. 

Mientras avanzábamos, mi mente oscilaba entre la admiración y la inquietud. ¿Era prudente exponerlo a un peligro tan tangible? El trayecto fue una mezcla de urgencia y tensión silenciosa. Al aproximarnos, un grupo de bomberos, con sus trajes y rostros marcados por la fatiga, se interpuso en el camino. Sus voces, firmes pero respetuosas, advirtieron: “Comandante, no puede continuar. 

El riesgo es inminente”. Chávez descendió del vehículo, y en lugar de insistir, se detuvo. Desde allí, entre el olor a combustible quemado, concedió una entrevista al medio de comunicación. No hubo discurso preparado; sólo la crudeza y sinceridad de un líder que, ante la adversidad, eligió ser parte de la narrativa en tiempo real. 

Esa noche, pernoctamos en la ciudad, a pocos kilómetros de las llamas. La cercanía con el desastre era simbólica: un recordatorio de que gobernar implica habitar las grietas de la realidad. 

Una simbiosis en tiempos de crisis

La relación entre un dirigente político y su pueblo se define y redefine en las crisis. No se trata únicamente de gestionar recursos o emitir órdenes, es compartir el espacio emocional que el miedo y la incertidumbre generan. Aquel día, mientras el fuego consumía la refinería, Chávez no se limitó a delegar; se convirtió en testigo activo. Su presencia, que pudo ser criticada por algunos como imprudente, transmitió un mensaje tácito: “Estoy aquí, en las mismas sombras que vosotros”. La diferencia radica en un detalle sutil: no basta con aparecer; hay que existir en el caos. 

Sin embargo, más allá de las lecturas ideológicas, aquel gesto contenía una enseñanza profunda: en situaciones límite, la legitimidad de un líder se mide por su capacidad para convertir el riesgo en un lenguaje común. La memoria colectiva de los pueblos suele almacenar con precisión aquellos momentos cuando las figuras de poder se humanizan. 

En el municipio afectado por la explosión de la cisterna, es probable que los habitantes recuerden el horror de las llamas, como también quienes estuvieron presentes en las primeras horas. En mi experiencia, aquel hecho vivido dejó una lección imborrable: el riesgo, cuando es compartido, posee un poder transformador. 

¿Recuerdas algún instante en que el riesgo te haya acercado a alguien inesperadamente? Quizá en un accidente, una protesta o un desastre natural. Esos momentos, aunque fugaces, tienen la virtud de igualar. No importa si eres presidente o ciudadano; frente al fuego, todos somos combustibles potenciales. La verdadera maestría política reside en saber que, a veces, dejar de ser invulnerable es la forma más poderosa de conectar. 

La historia juzgará cada acción, cada decisión tomada entre escombros y emergencias. Pero en el presente, lo que queda claro es que los pueblos no olvidan a quienes caminaron junto a ellos cuando el suelo ardía. Esa proximidad, aunque efímera, se convierte en un legado imborrable: la prueba de que, en medio del caos, hubo alguien dispuesto a dejar de ser espectador para convertirse en parte de la historia.


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