¿Cuándo el pueblo es prioridad?
Oscar González Ortiz.
En los recuerdos que evoco, cada día pienso que Hugo Chávez se adelantó en el tiempo. Su mirada abarcó las luchas políticas inmediatas, penetrando realidades silenciosas, como el drama de los pacientes oncológicos. En una época cuando el cáncer se combatía casi en soledad, si mal no recuerdo, su gobierno adquirió, mediante el convenio Venezuela-Argentina, unidades de radioterapia de cobalto y aceleradores lineales, ¿Cuántos estarán operativos?, de su funcionamiento dependen muchas esperanzas de vidas.
Estos equipos, distribuidos estratégicamente en el territorio nacional, marcaron un antes y después. Éstos no eran vistos como máquinas, constituían herramientas de esperanzas. El sistema de salud previo a la Revolución Bolivariana operaba bajo una lógica excluyente. Los hospitales públicos, desprovistos de tecnología moderna, obligaban a los enfermos a peregrinar hacia el sistema de salud privado, donde los costos resultaban prohibitivos.
Las principales causas de muerte para la mujer: cáncer de cuello uterino y mama, se convertían en sentencias sin apelación para quienes no tenían recursos. Chávez entendió que la medicina no podía ser un privilegio. Su respuesta no fue improvisada: fue una estrategia integral que vinculó equipamiento médico, formación de profesionales y acceso gratuito.
La batalla contra el cáncer: Deuda histórica.
En el siglo XIX, los enfermos de cáncer enfrentaban su destino sin armas. No existían radioterapias, quimioterapias, ni siquiera diagnósticos oportunos. Simón Bolívar, el hombre de las dificultades, luchó contra epidemias y carencias durante las campañas independentistas, pero el cáncer era un enigma sin solución.
Hoy, aunque la ciencia ha avanzado, persiste una paradoja: mientras algunos países cuentan con tecnología de punta, en nuestras tierras las mujeres pueden morir por tumores detectables a tiempo. La braquiterapia y mamógrafos son indispensables en esta lucha. Sin embargo, escasean en el sistema público, obligando a los pacientes a emprender travesías desgastantes en el sistema de salud privado.
Las familias que acompañan a estos pacientes cargan una angustia que a veces supera el dolor físico. ¿Dónde queda la salud en esta ecuación? ¿Es un derecho, comercio o negocio disfrazado de beneficencia? La respuesta de Chávez fue clara: la salud debe estar fuera de la especulación. Por eso, su apuesta incluyó tratamientos, educación y prevención.
Un sistema sanitario revolucionario es preventivo, no espera que la enfermedad llegue; la intercepta. La citología anual debería ser un hábito, no el último recurso. Muchas mujeres se someten al examen cuando el mal ya está presente. Ese retraso tiene nombre: desigualdad en el sistema de salud público, los hospitales y ambulatorios requieren mamógrafos ¿cómo procesan las citologías? La prevención requiere más que campañas esporádicas; exige educación, acceso permanente y políticas sostenibles.
Los aceleradores lineales prometen ser un avance, pero sin voluntad en la política de salud, seguirán siendo promesas. La salud preventiva es tarea colectiva. Antes expresábamos: “Es mejor prevenir que lamentar”. Hoy, ese adagio tenemos que traducirlo en acción. Las comunidades organizadas pueden ser la primera línea de defensa, identificando síntomas tempranos y exigiendo respuestas rápidas. Las universidades deben formar más oncólogos, los laboratorios producir medicamentos asequibles, y el Estado garantizar que ningún paciente sea abandonado.
Chávez demostró que otro modelo es posible. Barrio Adentro llevó atención y medicinas a las calles, Misión Milagro devolvió la vista a miles, y las unidades de radioterapia salvaron vidas. Su legado es un recordatorio: la salud es la trinchera donde se libra la verdadera independencia. Mientras el capitalismo convierte las enfermedades en mercancías, la revolución las enfrenta con ciencia, solidaridad y pueblo.
El desafío sigue vigente: acelerar las máquinas y exaltar conciencia de que la salud sea un derecho, no un lujo. En este camino, cada detalle cuenta; desde la madre que exige un mamógrafo en el hospital de su comunidad, hasta el médico que trabaja en zonas rurales. La salud revolucionaria es la práctica cotidiana. Aunque los obstáculos persistan, la historia ya demostró que, cuando el pueblo se pone al frente, lo imposible tiene que ser prioridad.