El niño del balcón que creía en el futuro
Oscar Humberto González Ortiz
San Juan de los Morros, 18 de julio de 2012. La avenida Bolívar, normalmente dormida bajo el sol guariqueño, hervía como un río humano. Desde el camión que avanzaba entre la multitud, veíamos cabezas apiñadas en balcones, cuerpos trepados en postes, manos agitando banderas desde las ventanas. El aire olía a sudor colectivo, a esperanza recién impresa en pancartas.
Desde un balcón llamaba la atención el afiche: «Vota por Chávez» que colgaba en la pared; en ese lugar, sobre el techo, había una hoja de papel bond que expresaba: «Gracias Dios, tenemos Chávez pa’ rato». Allí, un niño de aproximadamente siete años observaba la multitud. Trece años después, ese niño debe rondar los veinte años, y es de preguntarnos: ¿Dónde estará? ¿Seguirá creyendo en la Revolución? ¿Sigue en Guárico? ¿Habrá migrado? ¿Guardará en su memoria el día que fue testigo de la historia convertida en torrente?
Las concentraciones políticas en Venezuela nunca fueron sólo actos partidistas. Son herederas de la tradición de las asambleas populares de la Guerra Federal, donde Ezequiel Zamora consultaba las masas antes de cada batalla, aquellas reuniones funcionaban como termómetro emocional de la nación. Aquel julio de 2012, el termómetro marcaba fiebre revolucionaria.
Muchos lograron acercarse al camión —como usted, lector, desde el frente del vehículo— y describieron aquel fenómeno sensorial: el olor a sudor colectivo mezclado con el humo de los puestos de comida, el sonido de las consignas coreadas, el tacto de las manos que se unían sin conocerse. La política, en ese contexto, dejaba de ser abstracción para volverse experiencia física. El niño del balcón simbolizaba el futuro; su presencia allí, entre adultos emocionados, evocaba a los niños de la Batalla de Santa Inés en 1859, quienes según crónicas llevaban agua a los soldados de Zamora.
La evocación como necesidad
Hoy, al evocar ese día, resurgen preguntas. ¿Qué queda de aquel fervor en el joven que entonces tenía siete años? Si está en Guárico, quizás estudia en una universidad creada durante la Revolución. Si emigró, tal vez envía remesas mientras recuerda con nostalgia los mítines de su infancia. Si está desencantado, podría ser crítico furibundo en redes sociales. Cada destino personal es espejo de un proyecto colectivo que aún busca su rumbo.
La concentración de San Juan de los Morros replicaba, sin saberlo, historias en círculos comunitarios; aquí, el líder se trasladaba desde el camión rodeado de pueblo. Pero ¿para qué? ¿Para confirmar que la fe se desvanece o que la lucha continúa? En 2012, la gente acudió a la avenida Bolívar con la certeza de ser parte de algo grande. Como los llaneros que seguían a Páez sin conocer estrategias militares, la lealtad se basaba en conexiones. Hoy, cuando las pancartas son píxeles y los discursos se reducen a historias de 15 segundos, ¿cómo reconstruir esa épica?
La frase de Chávez esos días —«Sólo por estos rumbos de la Revolución podremos continuar dándole al pueblo lo que es del pueblo»— resuena distinto ahora. ¿Qué es “del pueblo” en tiempos de bloqueos y sanciones internacionales? ¿Cómo redefinir la propiedad colectiva cuando hasta las consignas se vuelven hashtags? Las cornetas que retumbaron consignas ahora guardan silencio, pero la energía de aquel día persiste en quienes estuvieron allí. Como usted, lector, que recuerda cada detalle: el olor a gasolina mezclado con esperanza, el sonido de los grupos, la imagen imborrable del niño en el balcón, sosteniendo el futuro en sus pequeñas manos.
Pero en 2025, el significado de “lo que es del pueblo” se debate entre los barrios. El niño que estaba en aquel balcón, ahora adulto, quizás trabaje en una empresa, o tal vez critique la Revolución desde el anonimato de una red social. En el balcón del edificio, el tiempo hizo lo suyo. La Venezuela de aquel julio ardiente vive hoy entre nostalgias y renacimientos. Algunos de los que estuvieron en la avenida Bolívar militan en nuevos partidos, otros venden comidas, otros pocos estarán viviendo en los municipios. Por cierto ¿dónde estabas tú?
El niño, dondequiera que esté, carga con una pregunta: ¿Fue su fe infantil en el Comandante, una inocencia perdida o una semilla de conciencia política? Si hoy usa redes sociales, tal vez suba videos bailando reguetón o quizás, en un giro inesperado, enseñe técnicas agrícolas en la universidad de Guárico. En San Juan de los Morros, la avenida Bolívar sigue ahí. Los mismos árboles dan sombra a vendedores ambulantes, los mismos balcones miran pasar nuevas marchas. El niño del 2012, ahora adulto, podría caminar por allí sin que nadie lo reconozca. Pero en algún lugar, guardado en un cajón o en la nube, sigue existiendo su esperanza.