Por: Deisy Viana
Camino por las calles improvisadas de una comunidad en la que he trabajado los rostros, las historias y las heridas invisibles de quienes acuden buscando algo más que ayuda: buscan dignidad. Como trabajadora social y estudiosa del comportamiento humano he aprendido a interpretar el lenguaje del abandono. Se manifiesta en viviendas deterioradas e improvisadas, en madres que hacen milagros con lo poco que tienen, en abuelos que esperan una pensión que no les alcanza, en niños que andan en las calles pidiendo algo de comer...
Pero hoy el ambiente es distinto. Los mismos sectores que han sido ignorados durante años, que no tienen calles, ni agua, ni servicio eléctrico, ni viviendas, vuelven a ser protagonistas de los discursos. Los candidatos recorren los barrios, estrechan manos, prometen soluciones urgentes y culpan al gobierno anterior de la miseria y necesidades de la gente. La maquinaria electoral está en marcha y, con ella, el fenómeno de la amnesia social.
El Teatro de las Promesas
Hace semanas recibí una llamada de un colega que trabaja en un ministerio. Me informaba que se organizaría una jornada de atención social y “quieren escuchar las necesidades del pueblo”, me dijo con entusiasmo. Sonreí sin responder. Ya he visto este guion antes, pensé.
Los discursos durante el evento fueron emotivos. Se habló de justicia, de inclusión, de cómo la pobreza sería erradicada con el nuevo plan de gobierno. La gente aplaudía, algunos con esperanza real, otros con la resignación de quienes han escuchado las mismas palabras en elecciones anteriores.
Observaba desde un rincón, tomando notas. Sabía que en unos meses, cuando los comicios terminaran, estas visitas cesarían y las necesidades volverían a ser invisibles.
Son las Estrategias de Olvido. En sociología política se estudia cómo la memoria colectiva es moldeada. Las campañas saben que si logran canalizar la frustración de la gente en una narrativa esperanzadora, pueden hacer que olviden lo estructural y se concentren en lo inmediato. El hambre, la falta de oportunidades, la desigualdad no son temas nuevos, pero se presentan como si fueran problemas creados por el gobierno actual y no por décadas de abandono.
Recordé entonces una frase de Friedrich Nietzsche: "El Estado es el más frío de todos los monstruos fríos. Miente fríamente y de su boca sale esta mentira: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’."
Las palabras resonaban en mi mente mientras observaba a esos políticos hablando en nombre de los más vulnerables, pero sin compartir las realidades del pueblo, ya que ellos viven diferente, se visten diferente, no comen mortadela ni se acuestan con hambre, tampoco van a la bodega ni caminan por el centro de la ciudad como gente normal, siempre andan en sus naves, con sus grupos selectos y guardaespaldas.
Cuando el evento terminó, fui al hogar de una madre que conocí en una de mis jornadas de trabajo social. Su hijo tiene una discapacidad y ha luchado por años para obtener los recursos necesarios para su atención, tampoco tiene cédula por un error de transcripción en su partida de nacimiento. “Siempre vienen a dar discursos, pero no traen soluciones, voy a contar mi problema otra vez...”, me dijo con una sonrisa cansada.
Pensé entonces en un pasaje bíblico que suelo recordar en momentos como este:
"El justo atiende la causa de los pobres; mas el impío no entiende el conocimiento." — Proverbios 29:7
La lucha por la justicia social no debería depender de ciclos electorales. Nuestra memoria debe resistir la manipulación, y el compromiso con los sectores vulnerables debe ser constante, no solo un recurso de campaña, debe ser una labor permanente. La verdadera transformación ocurre cuando la conciencia colectiva se fortalece y el olvido deja de ser una opción. Ojalá que a los próximos no se les borre la memoria como a los anteriores y que Dios bendiga a los justos que siguen por esas calles tendiendo su mano solidaria sin esperar temporadas elecctorales.