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El Coraje Silencioso de Maestros que Siembran Futuro
Por: Deisy Viana

Hoy, mientras compartía con un grupo de maestros de educación inicial en un taller sobre prevención y percepción de seguridad, una pregunta flotaba en el aire como perfume invisible: ¿cómo hacen estos hombres y mujeres, que también enfrentan dolores y preocupaciones propias, para plantarse cada mañana frente a un aula llena de niños y seguir enseñando con el alma?

Los vi. Cansados, sí. Pero también con los ojos llenos de una ternura que no se aprende en ningún libro. Con cada palabra, cada ejemplo que compartían, confirmé una vez más que ser maestro no es una ocupación: es un acto de fe. Una promesa silenciosa de que, pase lo que pase, seguirán sembrando.

Porque educar a un niño en valores no es solo enseñarle a compartir o a decir “gracias”. Es dotarlo de alas para tomar decisiones, sembrar la semilla de la reflexión, ayudarle a construir una autoestima tan fuerte que ni el más cruel de los vientos pueda derribarla. Y eso se logra en los años más tiernos, cuando la mente es esponja y el corazón todavía cree.

Pero ¿quién sostiene al que sostiene? ¿Quién motiva al motivador? Un maestro con el alma herida aún debe sonreír. Debe ser resiliente. Automotivarse. Recordar que en su voz habita el eco de médicos, abogados, ingenieros, artistas y una lista larga de profesionales que serán los hombres y mujeres de mañana.  Que su mirada puede ser el primer espejo donde un niño se reconozca valioso. Que, aun sin saberlo, ha sido psicólogo, consejero, protector y guía.

En esos momentos de duda, pienso en el maestro de maestros: Jesús. Aquel que, rodeado de multitudes o en la quietud de la montaña, nunca dejó de enseñar con amor, con paciencia, con propósito. Él no tenía una pizarra ni marcadores de colores, pero cada gesto suyo fue una lección eterna. Nos enseñó que el perdón es un don y que servir al otro es un acto sagrado.

Compartir con estos maestros y ayudarlos a renovar sus energías y esperanzas fue profundamente significativo para mí. El aprendizaje fue recíproco. Nos encontramos desde la experiencia y el corazón. La actividad culminó en un abrazo sincero, cargado de afecto, gratitud y hermandad: un lazo invisible que nos recordó que no estamos solos en esta misión.

Son esos sembradores, maestros que instruyen a todos esos niños en su camino, para que cuando crezcan nunca se  aparten de él.
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