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¿Pensando con las Hormonas o con las Neuronas? 

Por: Deisy Viana

En la sala del Teatro Simón Bolívar se realizó un cine foro, se proyectó una película que, más allá de entretener, sacudió las fibras íntimas de los espectadores. En ella, uno de los personajes más subestimados —con una aparente fragilidad emocional— terminó revelando un lado ambicioso, calculador y absolutamente inesperado. Frente a sus socios, sin previo aviso, solicitó ser el accionista mayoritario, dejando a todos en jaque y convirtiéndose en el epicentro del conflicto empresarial. ¿Qué había pasado? ¿Cómo aquel rostro tímido y vulnerable se transformó en un estratega que puso en riesgo los lazos de amistad por un interés económico?

La respuesta se vislumbra entre líneas: la presión emocional mal gestionada tiene el poder de distorsionar las decisiones, alterar percepciones y sacar a flote aspectos ocultos y negativos del ser humano. En situaciones difíciles, cuando los miedos, el estrés o el resentimiento se instalan como huésped en el alma, no es raro que aflore lo que estaba reprimido desde ambiciones enterradas hasta inseguridades no reconocidas, influyendo directamente en la manera de actuar propiciando errores que pudieran catalogarse como graves. 

Este fenómeno, lejos de ser ficción, está presente en la cotidianidad. ¿Cuántas veces nos dejamos llevar por la impulsividad en lugar de por la razón? ¿Cuántas decisiones cruciales se toman bajo el manto de la frustración, el enojo o la ansiedad? ¿Cuántas familias, amistades o sociedades se rompen porque las decisiones tomadas fueron impulsadas por un estado emocional mal administrado? 

La película proyectada fue más que una historia, fue un espejo. Mostró cómo el aparente “débil” no lo era tanto, y cómo la falta de dominio emocional puede convertir oportunidades en conflictos, y amistades en negocios rotos. A veces, el verdadero poder no reside en la fuerza física ni en el intelecto, sino en la capacidad de gobernarse a uno mismo en medio de la tormenta emocional, aprender a pensar con las neuronas en vez de dejarse llevar por las hormonas.

La reflexión se torna urgente: conocer nuestras emociones, comprenderlas y aprender a gestionarlas puede marcar la diferencia entre una decisión sabia y un error irreversible. La inteligencia emocional, en estos casos, es más valiosa que cualquier título o cargo.

Para cerrar esta crónica que invita a mirar hacia adentro y a cuestionar cómo decidimos cuando el corazón está revuelto, dejaré este versículo bíblico como un faro:

 “El que tarda en airarse es grande de entendimiento; mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad.”  

—Proverbios 14:29 (RVR1960)

Que nuestras decisiones broten de un alma en paz y no de un corazón agitado. Porque controlar nuestras emociones, esperar el momento de objetividad para tomar cualquier decisión, es aprender a dirigir la propia vida y recuerda que tu decisión por más personal o individual que parezca siempre afectará la vida de alguien más. ¡Tú eliges quién te gobierna: hormonas o neuronas!

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