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La historia florece en el pueblo

Oscar González Ortiz

La semana huele a tinta fresca de libros y cuadernos nuevos, sudor de goles infantiles, medicinas que curan contra todo pronóstico. Mientras el calendario marca fechas históricas —natalicio de Simón Bolívar, el cumpleaños setenta y uno de Hugo Chávez— la vida cotidiana continúa su propia épica entre hospitales, escuelas y actos de promoción de grado. Esta es la verdadera historia patria: la que se construye con útiles escolares, balones y frascos de remedios.

Educación como acto revolucionario

Visitamos la Unidad Educativa «José Antonio Páez», entregamos a los alumnos próximos a ser promovidos a primer año: morral de Chávez y libros que son llaves para el futuro. En los días siguientes, en la Unidad Educativa «Andrés Bello», apadrinamos a veinticuatro jóvenes que pasaron para primer año, recordándoles la frase del epónimo: “El saber es la única propiedad que no puede perderse”; en esta institución entregamos cinco franelas para el equipo de futbolito y once franelas para el equipo de fútbol, con sus respectivas medias, más tres balones de fútbol.

Mientras tanto, en la Unidad «Josefa Molina de Duque», apadrinamos a dieciocho niños que iniciarán próximamente el primer grado y veinticuatro que cambiarán el color de su franela para iniciar el primer año. Los primeros niños recibieron: morral de Chávez, tres cuadernos, seis lápices, sacapunta, borrador, tijera, pega, caja de colores; los jóvenes que iniciarán el bachillerato, recibieron: libro La verdad del Esequibo, libro Senderos de Victoria, dos cuadernos, seis lápices, compás y juego de escuadra.

Entre tanto, en el Teatro «Simón Bolívar» asistimos al acto de graduación de la Universidad «Simón Rodríguez» (UNERS) en la condición de Padrino de los nuevos doctorantes, magister y técnicos superiores universitarios que recibieron con sus respectivas togas sus títulos académicos. Con el honor de la primera promoción de doctorandos en Educación que llevarán a las aulas la memoria viva de estas semanas en las que la solidaridad fue la mejor lección.

Estas escenas revelan una verdad: la educación y comunidades abrazan a sus graduandos. Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, lo entendió mejor que nadie: enseñar es sembrar patria; hoy, ese sembradío toma forma en las aulas creando conocimientos.

El deporte como lenguaje de esperanza

Los balones rodando en el campo de fútbol, las franelas sudadas, los gritos de gol, las medias embarradas, todo esto cuenta historias en su expresión más pura. Cuando un niño de barrio ata sus zapatos deportivos, preparándose para un partido: ensaya el derecho a la alegría —por cierto, también celebrados el Día de la Alegría y el Día de la Pachamama esta semana.

El equipo escolar recién uniformado, sabe que lleva en sus espaldas los colores de una esperanza. Tienen que conocer la siguiente paradoja: el mismo país donde faltan medicamentos, ahora sobran ganas de jugar en las diferentes canchas deportivas. Este contraste define nuestra época: mientras unos gestionan ayudas, otros patean balones hacia futuros inciertos pero posibles.

La salud entre el milagro y la lucha: La profe lo entiende mejor que nadie. Su hija, aún hospitalizada, recibe el costoso medicamento que necesitaba. Este frasco de medicinas de alto costo representa victorias íntimas; la gestión funcionó, apareció el donante de la esperanza, la burocracia vencida. En los pasillos del hospital, cada familia escribe su propia epopeya silenciosa.

Mientras conmemoramos fechas, estas batallas cotidianas construyen la independencia: la de quienes resisten con uñas y dientes para ganarle terreno a la enfermedad y aguantar los embates diarios del dólar. La niña que mejora, la madre que no se rinde, los vecinos que ayudan —todos son hijos de esa misma patria que Bolívar soñó y que Chávez despertó—. Al final, las fechas históricas son espejos que el pueblo reconoce. En cada niño que estrena mochila, cada joven que recibe su diploma, cada paciente que mejora, late el mismo espíritu que animó a los libertadores.

La diferencia es que ahora la revolución no se hace con espadas, se construye con cuadernos, balones, frascos de medicina y compartiendo alegría con los niños. Esta semana compuesta —salud, educación, deporte— demuestra que la patria es una obra colectiva en permanente construcción. Donde algunos ven crisis, el pueblo siembra futuro. Así, entre libros que se abren y balones que ruedan, escribimos historias: en especial la que está en la memoria viva de quienes nunca dejan de creer. 

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