Patria en la sangre.Oscar Humberto González Ortiz
Pese a las voces que, bajo el disfraz de venezolanidad, lanzan dardos contra su propia tierra, un sentimiento fuerte y profundo florece: el amor por Venezuela. Cada día, frente a la negatividad ajena, la conexión con esta tierra se fortalece, como un árbol que hunde sus raíces más allá de la superficie árida.
Tuve la oportunidad de conocer: el Monte Sacro, en Roma, hoy rodeado por la cotidianidad de una urbanización moderna. Aquel espacio terrenal que resonó con eco atemporal. Mientras pisaba aquel suelo histórico, una oleada de preguntas inundó mi mente, siendo la principal de ellas: ¿Cómo es posible que la figura más monumental de Venezuela, Libertador de cinco naciones, hombre que entregó su existencia entera por la libertad, pareciera apenas un nombre en un libro escolar o estatua que los jóvenes miran con distancia?
Algunos reducen su legado a símbolos inertes
Esos objetos simbólicos son: Estatuas en plazas polvorientas, bustos de bronce, nombres asignados a barrios populares, avenidas transitadas, o rostros impresos en billetes que cambiaron de diseño con los vientos económicos, lo catalogan como “figura del pasado”, como si su esencia se hubiera petrificado junto al mármol de sus monumentos.
Esta percepción superficial ignora por completo la dimensión titánica de su existencia. Simón Bolívar fue un relámpago de conciencia lúcida que iluminó siglos futuros, gobernó naciones en formación, lideró personalmente más de cuatrocientas cincuenta batallas por la emancipación, y en ese mismo Monte Sacro, transformó un juramento en el destino de un continente: no descansar hasta ver libre a su América.
Ser bolivariano, en su esencia significa comprender con total claridad que sin soberanía, la patria es una palabra vacía, un cascarón sin alma; es la convicción de que la libertad no es un regalo, es una “conquista permanente”. Ante este entendimiento, surge una inquietud casi instintiva: ¿cómo no ser bolivariano en esta Nuestra América que hoy, como ayer, enfrenta el peso de un imperio? Imperio que muta sus formas de dominación: intervencionismo que se viste de diplomacia forzada, saqueo neoliberal disfrazado de recetas económicas, y la apetencia insaciable por nuestros recursos naturales desatando para ello una guerra no declarada.
Nos enfrentamos, no a un enemigo imaginario, están más de mil medidas coercitivas unilaterales, boicots y sanciones diseñadas para asfixiar o doblarnos los brazos, precisamente porque nuestra soberanía es el escudo que los detiene.
La batalla por la memoria y el fuego sagrado
Entonces, pregunto: ¿Por qué ese empeño persistente, casi obsesivo, en borrar a Bolívar de nuestra memoria colectiva? ¿Por qué intentar reducir su llama a cenizas del pasado? La respuesta palpita en el presente: porque Bolívar “vive”, no como un fantasma; es la fuerza viva que continúa guiando el espíritu de resistencia, búsqueda de unidad y anhelo de independencia.
Intentan apagarlo precisamente porque su luz sigue siendo la antorcha que alumbra el camino hacia la definitiva independencia. Quienes pretenden dominar saben que mientras el pueblo recuerde a Bolívar, recordará su juramento, lucha y derecho inalienable a ser libre. Aquí, en estas calles vibrantes, campos fértiles, montañas imponentes, viven, luchan y sueñan los hijos legítimos de una estirpe indomable. Somos los herederos de la visión integradora de Bolívar, de la lucha por la tierra y la justicia social de Zamora, de la feroz resistencia indígena de Guaicaipuro y Tiuna.
Somos la continuación de la destreza militar y la lealtad de Sucre, del sueño precursor de Miranda, del valor indescriptible del Negro Primero. Somos, sobre todo, los alumnos perennes de Simón Rodríguez, el maestro que enseñó a pensar y crear, no a repetir. Ellos no son estatuas mudas, son el fuego sagrado que llevamos dentro, la brújula moral que nos orienta en la tormenta. Su legado está en la voluntad inquebrantable de un pueblo que, pese a todo, cada día quiere más a su patria, porque sabe que defenderla es defender el futuro mismo. Porque la patria, al final, no es el territorio, es el pueblo mismo, consciente de su historia y dueño de su destino.