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Plazas, ideas y dispositivos auditivos

Oscar Humberto González Ortiz

Bajo la sombra de los árboles de la plaza dedicada a Simón Rodríguez, muy cerca de la plaza Bolívar en San Juan de los Morros, un acto de aparente simpleza adquirió la dimensión de un símbolo rodeado de historia. La entrega de un dispositivo auditivo a un niño con hipoacusia, realizada en ese espacio consagrado al maestro, nos recuerda momentos olvidados por la migración de la historia.

No fue sólo la entrega de un instrumento tecnológico, es la transmisión de una posibilidad, la de conectarse con el mundo de sonidos que antes le estaba vedado. Este gesto, en ese lugar específico, inevitablemente teje puentes invisibles con el pasado. La historia aquí no es un relato polvoriento en un libro de texto, es una presencia viva que interroga nuestro presente con más fuerza que nunca. 

Simón Rodríguez, y su discípulo más célebre, Simón Bolívar, operaron en una era de analfabetismo generalizado, de comunicaciones que dependían de barcos y caballos, de un aislamiento continental que hoy parece prehistórico. Su herramienta principal no fue el ancho de banda, fue el ancho de sus ideas. Forjaron contenidos visionarios desde la introspección, la observación crítica de su realidad y una lectura voraz que les permitió sintetizar corrientes de pensamiento universales para aplicarlas a un contexto específico. 

Su genialidad radicó en pensar el futuro desde las carencias del presente, sin que la inmediatez opacara la visión de largo alcance. Ellos no buscaron  likes ni validación instantánea, ¡buscaron fundar repúblicas! Su medición de éxito no era la viralidad, fue la perpetuidad del ideal. La parábola del sonido y la escucha en nuestra época, paradójicamente, sufre de sordera cognitiva.

Escuchar ideas del pasado

Disponemos hoy de tecnología para escuchar el mundo, pero hemos perdido la capacidad de escuchar las ideas complejas, los argumentos extensos, el silencio necesario para la reflexión. Las redes sociales ofrecen universos de colores, sonidos y opiniones fragmentadas, un torrente que privilegia la reacción visceral sobre el razonamiento pausado. Nos convertimos en creadores de contenido efímero, olvidando que el contenido perdurable requiere una incubación lenta, un esfuerzo intelectual comparable al del artesano que talla madera con paciencia. 

Las nuevas generaciones preguntan: ¿Cómo ellos lo hicieron sin Wifi, redes sociales ni tecnología? ¿Por qué nosotros, con todo a nuestro favor, no logramos emular su profundidad? La grandeza de las proclamas de Bolívar no yace en su estilo literario, pregúntate: ¿cómo logró su diagnóstico atemporal? Él entendió que los mayores peligros para las jóvenes naciones no vendrían necesariamente del exterior, estaba en sus propias debilidades internas: la tendencia a la fractura, tentación del autoritarismo disfrazado de orden, dificultad de construir una ciudadanía ilustrada. 

Hoy, frente a la polarización que divide sociedades en bandos irreconciliables, las palabras de aquellos Próceres sobre la necesidad de unidad cobran  vigencia. Observarían la dependencia económica alertando sobre nuevas formas de colonialismo. Verían en la misión de entregar un audífono a un niño el verdadero ejercicio de la soberanía: un Estado que se hace presente para garantizar los derechos fundamentales, permitiendo que cada ciudadano, al escuchar, pueda también ser escuchado. 

El destino que nos llevó a realizar ese acto en la plaza homenaje a Simón Rodríguez es una metáfora perfecta; el maestro que dedicó su vida a una educación innovadora e inclusiva, basada en aprender haciendo y en pensar libremente, sonríe desde la historia. La parábola sobre la siembra expresada por Jesús, es clave. Rodríguez y Bolívar fueron sembradores de ideas cuya cosecha no esperaron ver en lo inmediato. 

Plantaron árboles cuyas sombras disfrutarían otras generaciones; entregar un audífono es sembrar semilla de oportunidad; escribir ideas que desafíen el pensamiento cortoplacista es sembrar para el futuro. Nuestra responsabilidad no es cosechar el reconocimiento, es tener la fe del sembrador, la certeza de que alguna semilla, en algún lugar, bajo el sol adecuado, germinará y crecerá. La tarea no es ser influencers, es ser jardineros de la república. 


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