Espejo cívico venezolano
Oscar González Ortiz
Desde la antigua Atenas, donde la política definía al ser humano como ciudadano, hasta el presente, circula por las calles la pregunta: ¿Qué es el ser humano? Es la esencia del hombre, como la capacidad de transcender su propia sombra. Personas como Jesucristo o Simón Bolívar trascendieron precisamente por encarnar humanidad potenciada, aquella que cuestionó dogmas, forjando destinos colectivos.
Esa herencia de la polis y la rebeldía ética interpela hoy: ¿Qué significa ser humano en la Venezuela del presente? Numerosos adultos mayores susurran con nostalgia esta frase que encapsula experiencias vividas: “Éramos ricos y no lo sabíamos”, comúnmente pronunciada entre abuelos y tíos, no evocando la bonanza petrolera, mayormente refiriéndose a la riqueza de la normalidad: la dignidad de disfrutar compartiendo una arepa con queso y mantequilla, electricidad constante, confianza en las instituciones y respeto al adulto mayor.
En las últimas décadas, entre sabotajes, “guarimbas” y otros factores, la escasez, apagones y pandemia, pulverizaron esa cotidianidad, afectándose notablemente la economía. En consecuencia, la comparación con otros modelos políticos surge como espejo incómodo; sin embargo, la verdadera transformación no reside en cambiar sistemas, está en transformarnos a nosotros mismos.
El verdadero desafío nacional no reside en las mejoras de las avenidas o servicios; la revolución debe ser interna, cambio orientado en la microfísica del poder: la corrupción no debe verse sólo como algún político que roba, es también la semilla que germina en la complicidad diaria, en el “vivismo” que premia el atajo y castiga la honradez, es el pequeño incumplimiento que permite al “vivo” ganar.
Si una autoridad desvía recursos, sus seguidores replicarán la lógica en su comunidad. Si la autoridad manipula la opinión, el ciudadano teme señalar el error; de allí nace la indiferencia y el ciclo se perpetúa. Por tanto, la pregunta no es qué hacer con las calles o servicios públicos, la cuestión fundamental es qué hacemos con nuestra integridad.
Necesitamos ética de cooperación, abandonando el poder de la manipulación. ¿Qué diría Simón Rodríguez al ver la educación “de vacaciones” y la precariedad de los maestros? La sanidad no debe ser mercancía, algunos profesionales asistenciales comercian con la salud; la economía no puede seguir siendo un puño en el pecho. El problema es profundo, es la reiterada traición de un venezolano a otro; se requiere detener este autodestructivo “jode-jode” entre connacionales. El futuro no se roba en un gran golpe, se desmorona con pequeñas complicidades. El avance comenzará cuando dejemos de obstaculizarnos mutuamente, reconociendo que la riqueza más valiosa es la que construimos unidos.
