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Sección Relatos
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Por Douglas Bolívar

Nuevamente traemos para ti, una pintoresca historia, el protagonista un entrañable amigo que hoy se encuentra a miles de kilómetros de este continente, “la radio todo lo sabe y todo lo dice” le decían, mientras ese temor recorría sus pasos y la inocencia perturbaba la razón de ser culpable de una aventura idílica que asemejaba un primer amor… ramoncito apenas era tocado por el poder mágico de aquella caja que emitía sonido llamada radio, y por el Bullyn de un tío que lo condenó por años a la rendición..  Julio Ramos

En 1938, el mítico actor Orson Welles hizo una adaptación radial del clásico “La guerra de los mundos”, novela de ciencia ficción. La historia, transmitida por la Columbia Broadcasting System (CBS) fue contada durante una hora a través de un noticiero radial que informó de la caída de meteoritos a la Tierra y de naves marcianas que estaban invadiéndonos. 

En medio de rayos de calor y gases venenosos, y a pesar de que en la introducción del programa se había aclarado que se trataba de una ficción, bastaron quince minutos para toda Nueva York y toda Nueva Jersey (desde donde supuestamente se realizaban los falsos informes) cundiera el más horroroso de los pánicos y que las calles de llenaran de ciudadanos desesperados corriendo sin saber para dónde, buscando refugiarse del ataque de los extraterrestres.

El episodio obligó a Welles a una disculpa pública, pero al mismo tiempo lo encumbró para siempre en los anales de la historia de la radio. En 1998 (para celebrar los 60 años de aquel acontecimiento), emisoras de Portugal y México realizaron una versión idéntica a la Welles y obtuvieron los mismos resultados.

Si esto pudo ocurrir en ciudades cosmopolitas, ¿alguien duda de que pudiera ocurrir en la bucólica Valle de La Pascua? Ocurrió, y le ocurrió Ramoncito Carpio, quien durante los años de su irrupción a la adolescencia cargó con el fantasma de que la radio del pueblo divulgaría en cualquier momento un pecaminoso secreto que cometió repetidamente en sus andanzas de la pubertad.

Por allá en Loma Alta, por los lados de Las Campechanas, se pasó Ramoncito Carpio sus años del destete, y no teniendo cómo drenar correctamente su carga hormonal, junto a sus contemporáneos pre adolescentes hacían descarga con María Moñito, una noble hembra que un campesino paraba en el patio de su casita rural.

Hasta que el amo de la bestia se cansó de los abusos y fue a reclamarle al papá de Ramoncito, quien llamó a su muchacho a una reunión entre hombres y lo reprendió afectuosamente, pero lo hizo delante de un compadre, que como buen llanero era bueno relatando o inventado leyendas.

Apenas Ramón recibió la amonestación paternal, su padrino lo consoló diciéndolole que ya estaba hecho todo un hombrecito y que era natural que empezara a relacionarse con el sexo opuesto. Eso sí, le dijo, tenga cuidado, porque ese pecado ya debe saberlo la radio, que todo lo sabe y todo lo dice.

Esta frase fulminante retumbó por mucho tiempo en la mente de Ramoncito: la radio toda lo sabe y todo lo dice. Cuando la emisora del pueblo comenzaba con sus emisiones informativas, a Ramoncito la vida se le hacía trizas, porque le entraba el pánico de saber que la próxima noticia daría cuenta de su pecado.

Cada vez que se veía con su padrino, el fantasma de Ramoncito se actualizaba, porque le decía que no se confiara, que era cuestión de esperar, porque la radio todo lo sabía y todo lo decía, porque (lo peor), la radio nunca olvida.

Secretamente, sin exteriorizarle a nadie sus temores, Ramoncito arrastrada las consecuencias de
su mala pata. A veces, prendía el radioreproductor y se quedaba escuchando largas horas la delación que en cualquier instante habría de ocurrir inexorablemente.

Muchas veces pensó que hubiera sido mejor que el secreto se contara de una vez, para acabar con la agonía. El desenlace de su misterio se prolongaba inexplicablemente, lo que por temporadas atenuaba el sufrimiento de Ramoncito, pero el padrino cumplía el papel del animalito que el oído le actualizaba una verdad tan indiscutible como Dios: la radio toda lo sabe y lo todo lo dice, y nunca olvida. Esta era la condena de Ramoncito.

Pasaron muchos años y Ramoncito llegó a la adultez, y entonces analizó lo que seguramente había ocurrido: que su pecado había prescrito (caducado), de modo que se sintió liberado después de cumplir tan larga condena. Al escuchar la radio ya lo hacía aliviado, y sentía que en la narración de cada noticia le entraba aire fresco a los pulmones.

Se sentía un hombre nuevo, un hombre regenerado de un pasado inconfesable y del cual la vida lo había absuelto finalmente. Caminaba con la frente muy alta, sin que por ello el gusanillo alojado en una de sus orejas le dijera de cuando en cuando: la radio toda lo sabe y todo lo dice, y nunca olvida.

julioramos71@gmail.com

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