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Según asegura José Antonio González Correa, profesor de Farmacología y Vicedecano de Investigación de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de Málaga, no es recomendable.


Grupos farmacológicos como los antibióticos, antituberculosos, analgésicos, los depresores del sistema nervioso central, los inhibidores de la monoaminooxidasa, los antihistamínicos o hipoglucemiantes orales pueden interaccionar con el alcohol.

Lo normal es que en función de cómo se ingiera el alcohol se produzcan sus efectos, pues beber de forma esporádica cambia la forma en la que el hígado procesa y elimina estos medicamentos, aumentando su actividad.

Sin embargo, si la ingesta de alcohol se produce en grandes cantidades y de forma regular puede aumentar el metabolismo de los medicamentos y reducir su efectividad.

Así, en el caso de ciertos antiepilépticos puede tener importantes consecuencias, reduciendo su eficacia e impidiendo el control de la enfermedad, mientras que en los anticoagulantes orales se recomienda evitar la bebida por el riesgo a que aparezcan hemorragias.

Además, tomado de forma esporádica el alcohol disminuye el efecto de los antibióticos, ya que disminuye su concentración en sangre y estos producen un efecto menor.

Esta situación se da principalmente en macróligos y quinolonas, empleados en tratamientos de infecciones de garganta, urinarias y respiratorias.

A lo que se une un incremento de los efectos de los fármacos en el cerebro, especialmente si se trata de sustancias depresoras del sistema nervioso.

Mientras tanto, en el caso de los analgésicos hay que tener cuidado con el paracetamol, ya que el alcohol produce la aparición de un metabolito que acaba siendo un tóxico para el hígado, por lo que potencia sus poder dañino.

Por todo ello se recomienda evitar el consumo de alcohol en situaciones de medicación, si bien sus efectos dependen del fármaco y de la cantidad de bebida ingerida.
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