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LA TRATA NEGRERA

LA PRIMERA EMPRESA TRANSNACIONAL DE LOS SIGLOS XVI Y XIX MÁS LUCRATIVA Y PERVERSA DE LA HISTORIA

II PARTE

POR: LCDA. MARLIN VILLALOBOS

HISTORIADORA

marlynyeseniavillalobo@gmail.com

       En esta segunda entrega de esta historia terrible y poco contada del tráfico de esclavos africanos en América Y Venezuela, se describirá como idea principal que este comercio de seres humanos se amparaba bajo la cruel idea  de que el africano no era más que un objeto, comparado con  una de las maderas más exóticas y caras del mundo “Ébano” y es que desde la costa de África, un bosque de ébano atraviesa el Atlántico. Desnudos y encadenados, hombres, mujeres y niños eran colocados  en el fondo  de la embarcación, apiñados como sardinas.

          Asimismo  dos veces a la semana eran subidos al puente  para recibir un duchazo colectivo y cada quince días eran rasurados para evitar proliferación de piojos. Su alimentación consistía en arroz, maíz, ñame, yuca y de vez en cuando una porción de frutas europeas rica en ácido ascórbico, para evitar el escorbuto.  La prevención de motines, en los que la tripulación podía ser asesinada   y los cautivos quedar a  la deriva en el océano exigía aliviar de vez en cuando las tensiones repartiendo entre los esclavos aguardiente abundante y un pedazo de carne seca o de fiambre.

           Al anclar  en las costas americanas era preciso guardar la cuarentena, medida sanitaria obligatoria que era aprovechada por el negrero para refrescar su mercancía. Durante estos días se alimentaba con mayor cuidado a la pieza. El “Cirujano” personaje clave  de la tripulación, curaba las heridas y en algunos casos las maquillaba de modo que el “bosque de ébano” luciera fresco, fuerte y casi rebosante de salud. A este procedimiento se le llamaba “blanquear” a los negros. Los socios de negrero en tierra firme aprovechaban el momento para anunciar la llegada de los nuevos esclavos. Cumplido el lapso, una salva de cañón daba por concluida la cuarentena  y anunciaba la próxima exposición ante el público de la mercadería. Entonces comenzaba la “Feria”.

         De nuevo los africanos serían sometidos a la revisión minuciosa de su cuerpo, en una tarima que solía instalarse en el puerto. Era un ritual imprescindible para las “piezas de ébanos”. Este nombre designaba la medida ideal de siete cuartas, o palmas de altura. Si el “PALMEO” de un individuo no daba la medida exacta, se completaba la dimensión de la mercancía con los “mulequines”, que eran los niños menores de siete años, o los muleques, de 7 a 12, o los “mulecones”  entre los 12 y 16 años.

       Es importante destacar, que la mano de obra africana sustituyo a la indígena, ya diezmada por guerras, plagas y maltrato. Los sobrevivientes, reducidos a siervos de las  Encomiendas, a la servidumbre doméstica  en casas particulares o a marginales ambulantes en las nacientes urbes, ya no eran útiles para el duro  trabajo de la plantación. Una vez comprados, los africanos vendrían a servir, según sus cualidades y según las necesidades de cada época, en la explotación de las minas, o en las  haciendas  de caña, de café, de tabaco, de añil, o  de cacao. 

       Los primeros esclavos africanos que llegaron a Venezuela en el siglo XVI  se ocuparon principalmente en la extracción minera y en la pesca de perlas. En el siglo XVII muchos formaron parte de “grupos de defensa” de los colonos. También de mano de obra en la apertura en las  vías de penetración; para ellos se tuvieron siempre los más duros oficios, incluido el de verdugo. También este siglo XVII, conocido como el “siglo del cacao” proliferaron las plantaciones en las zonas  de bajas y costeras del país gracias a su mano de obra esclava. 

           A mediados del siglo XVII, con el declive del auge cacaotero, surge la modalidad de empleo como obreros  o artesanos calificados en la herrería, la platería, la construcción de tejas y otros oficios. Muchas veces esta capacitación es una iniciativa del amo, quien paga a un artesano reconocido para que enseñe su arte al esclavo, a quien después “alquilara”, obteniendo un beneficio suplementario. Este, en el mejor  de los casos, puede ser compartido con el esclavo, quien probablemente lo acumulara hasta reunir el monto que el amo ha establecido  como precio de su libertad.

        Por otra parte, ya el viaje trasatlántico había sido un suplicio que reducía la población de esclavos, unos ya habían fallecido por las pestes o por las mismas condiciones infrahumanas  de la travesía; es que el inferno en la tierra apenas estaba  comenzando, otros esclavos se rebelaban a bordo pagando con su vida. De allí en adelante era menester conservar al esclavo. Conservar al esclavo, como bien de producción que era, justificaba cualquier acción que impidiera su perdida. Contra cualquier demanda de piedad en el trato  a estos seres humanos, el utilitarismo económico se imponía como simple disculpa a la crueldad del régimen esclavista.

        La más común e inevitable practica fue el “carimbeo”, que hacia parte inseparable del negocio que no se le considero tortura. El “carimbo o carimbeo” era la marca de hierro candente que se imprimía en el glúteo izquierdo o en la parte superior de la cintura del esclavo y en el antebrazo de las esclavas. Era una forma  de legalización de esa “mercancía” y no hacerlo favorecía el delito de la evasión fiscal. Los primeros carimbos se  colocaban en la frente de los esclavos negros, pero posteriormente se reservó para distinguir a los “cimarrones” (esclavos fugitivos) a los rebeldes y a los ladrones de ganado. El  diseño del carimbo solía llevar las iniciales de la hacienda o del dueño de la plantación. 

         Por otro lado, existen testimonios de los maltratos sufridos por los esclavos indígenas y africanos, tales  testimonios expresados por fray Bartolomé   de las Casas y el etnólogo Miguel Acosta  Saignes en la edición número 3 de la revista  Memorias de Venezuela, narra la ordenanza de  1528  se prohíbe  la trata  de mujeres africanas para el comercio sexual  y la exposición pública de sus cuerpos  en” condiciones vergonzosas”. Se establece también que todo aquel  que posea  más de cuatro esclavo está obligado a tener Cepo  y cadenas para reprimir sus faltas. En 1540, interviene  nuevamente el rey  para prohibir la  castración de fugitivos, aunque el 4 de agosto de 1574, en vista de las acciones de los cimarrones alzados, se autoriza la horca para aquellos que duren  más de seis meses en rebelión.

         De igual manera, las ordenanzas de 1784  ´prohibirían el carimbeo,  pero más que un humanitarismo, lo que moverá  a los amos será el temor de provocar mayores rebeliones. No obstante, las mismas ordenanzas recrudecen  los castigos, estableciendo medidas como la mutilación de orejas para los fugados, “el desgarrete” para los reincidentes y la horca para aquellos que intenten la huida por tercera vez. Las heridas hechas por el látigo, el cepo o las mutilaciones eran curadas por salmuera o jugo de cocuiza.

           La vestimenta del esclavo no era menos humillante: consistía en calzones hasta la rodilla para los hombres y para las mujeres una simple bata, en ambos casos hechos de coleto  o yute que pronto se desgarraba convirtiendo el vestido en harapo. La alimentación del escavo provenía de las “haciendillas” o “arboledillas”, que eran pequeños conucos destinados al auto sustento de sus cultivadores, los propios esclavos.

      Estas leyes de vida infernales no lograron sino la multiplicación de las cumbres o cimarroneras comunidades esclavas de fugitivos en territorios distantes de las plantaciones, que desde tempranos tiempos se habían convertido en amenaza latente para los señores hacendados.

          Aunque para el siglo XVIII en Venezuela se mantiene casi intacto el ordenamiento jurídico, los esclavos han pasado progresivamente  de la condición de  esclavitud a la de servidumbre. Los ritmos de la oferta y demanda van marcando este paso, lo que no significa que no haya cambiado su estatus mercantil como objeto de uso y de cambio. Ya no son los colonos españoles sino la burguesía criolla quien regenta el negocio y propicia la reproducción de los negros para la satisfacción de la mano de obra del mercado interno.

        De esta manera, en este mercado se dan las más curiosas  formas de compra- venta: se venden niños y embarazadas, se rematan familias enteras, se hacen transferencias y hasta trueques o pagos en especie. La falta de un brazo, el hábito de comer barro, haber sido cimarrón, padecer de alguna enfermedad, pueden constituir una tacha que debe ser reportada a la hora de la venta, y muchas veces constituyen  un motivo para rebajar la mercancía. Cualquier fraude al respecto servirá de argumento al comprador para demandar al vendedor. El valor de un esclavo depende de la edad. El rango de mayor valor estaba comprendido entre los 20 y 34 años; a los 40 años suele considerársele viejo. 

       Y cuando al fin se comienza a respirar aires de libertad, Alejandro Humboldt, en su” Viaje  a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente” comenta  que aquellos amos que liberaban  a sus esclavos  eran más comunes en la provincia de Venezuela que en ningún otro lugar. Humboldt señala que a fines del siglo XVIII había en Venezuela más libertos e hijos de liberto  que esclavos propiamente dichos. El esclavo podía entonces  comprar  su propia libertad o la de su familia. Para hacer estas compras, que no siempre eran de contado, cultivaban en sus “arboledillas” productos como el “cacao”, con cuya cosecha pagaban su libertad. Abundaron los casos  de los niños de esclavos  voluntariamente liberados por el amo, sin argumentos ni filiaciones aparentes, aunque se sospechan lazos de consanguinidad.

          Continua refiriendo Acosta Saignes en la edición número 3 de la revista Memorias de Venezuela que estos actos de emancipación eran motivo de alegría y festejo. Sin embargo, mientras esta piadosa alegría reina en las capitales bajo la calurosa sombra de las selvas nubladas suena el tam-tam  de cumbes y rochelas, robando serenidad al sueño de los señores hacendados. Los negreros que tan exitosamente habían logrado arrebatar a esta gente de su madre África, no habían logrado arrancar de sus entrañas, sus costumbres, tradiciones y creencias. En estos territorios liberados nacían otras Áfricas, ahora americanas. Nuevas culturas que, vale la pena recordarlo, eran muchas veces conformados no solamente por negros, sino también por indios, Zambos, pardos, mestizos, blancos pobres, todos ellos compartiendo el sueño libertario  de un régimen social de hermandad, de igualdad social y de justicia que ya estaba esparcido  en el aire de toda América.              

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