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Rostros invisibles: Niños de la calle.

Oscar Humberto González Ortiz

Desde que era pequeño, escucho el término “niños de la calle”, lo cual orienta pensamientos sobre la presencia de niños que parecen provenir de la calle. A diario, ya es común ver a niños transitando por las calles que parecieran estar deambulando sin rumbo. En ocasiones se acercan vendiendo chupetas o flores cerca de algún comercio, también se ven realizando maromas circenses o buscando limpiar parabrisas de los vehículos cuando uno espera el cambio de luz en los semáforos. 

La expresión “niños de la calle” surge como una forma de describir a aquellos menores que viven y trabajan en condiciones precarias en entornos urbanos,  enfrentando situaciones de vulnerabilidad extrema, expuestos a la delincuencia, el abuso, la falta de acceso a educación y atención médica adecuada. Si le prestamos atención a esta problemática, contribuimos a mitigar el riesgo de que estos niños caigan en la delincuencia, consuman sustancias adictivas o sean explotados en lo laboral, evitemos que se vean envueltos en situaciones de riesgo y vulnerabilidad. 

Rastreando las causas

Es evidente que la problemática de los niños en situación de calle requiere comprender las causas subyacentes de esta situación, para buscar formas creativas de garantizar su bienestar y derecho a una infancia segura. En lugar de simplemente lamentarnos por la existencia de este problema, involucrarnos es imprescindible para desarrollar estrategias efectivas que aborden las causas fundamentales de la situación de calle que sufren estos niños.

Al orientar apoyo psicológico, acceso a educación y oportunidades para el desarrollo personal, ofrecemos alternativas positivas que pueden permitirles escapar del ciclo de exclusión social en el que se encuentran atrapados. Ofreciéndoles entornos seguros y afectuosos, positivamente estaremos dando pasos a la construcción de sociedades más inclusivas. 

Lamentablemente, estos niños de la calle provienen de realidades difíciles y a menudo desgarradoras, muchos de ellos originarios de entornos urbanos marginados, donde la pobreza extrema, violencia y falta de oportunidades los empujan a buscar alternativas de supervivencia en las calles. Asimismo, es común encontrar niños de la calle provenientes de contextos rurales, donde la falta de acceso a servicios básicos y la ausencia de políticas públicas efectivas los empujan a migrar a zonas urbanas en busca de una vida mejor. 

Algunos niños de la calle provienen de hogares disfuncionales, marcados por la violencia doméstica, abandono y negligencia; estos hogares, en lugar de ser espacios seguros, afectuosos para su desarrollo, se convierten en entornos tóxicos que los empujan a huir en busca de un refugio en las calles. Otros niños, salen de comunidades indígenas que enfrentan exclusión social, lo que dificulta su acceso a oportunidades educativas y laborales. 

Es importante tener en cuenta que no todos los niños de la calle provienen del mismo contexto ni circunstancia, ya que algunos pueden ser víctimas de situaciones traumáticas, desastres naturales, conflictos armados o migraciones forzadas. En estos casos, se ven obligados a abandonar sus hogares buscando refugio en entornos urbanos desconocidos, expuestos a una serie de riesgos y desafíos que ponen en peligro su bienestar y desarrollo integral. 

No podemos dejar de señalar que otros niños de la calle pueden ser víctimas de redes de trata, explotación infantil; son reclutados por traficantes que los someten a condiciones inhumanas con el fin de explotarlos laboral o sexualmente. Estas realidades complejas, multifacéticas nos instan a abordar esta tragedia desde una perspectiva integral que considere las diversas causas que llevan a estos niños a vivir en las calles. 

Los niños que viven en situación de calle provienen de algún lugar, reconozcamos que tienen historia, origen y familia. Cada uno de ellos tiene un pasado que los lleva a enfrentarse a la dura realidad de vivir en las calles. Recordemos que estos niños no son fruto de la concepción milagrosa, al igual que todos, tienen raíz e historia que merece ser comprendida. 

Lamentarse no es suficiente

¿Cómo logramos aportarles la posibilidad de convertirse en ciudadanos activos y productivos? Existirá alguna acción que pueda evitar que se conviertan en potenciales generadores de violencia y problemas sociales o individuos que dependan del sistema asistencialista. Al atender a los niños de la calle estamos sentando bases para romper ciclos intergeneracionales de pobreza, contribuyendo así al fortalecimiento del tejido social y desarrollo de las comunidades. 

La atención integral permitirá abordar las causas subyacentes que los llevan a vivir en estas condiciones. Comprendiendo realidades individuales y colectivas podemos identificar soluciones efectivas que aborden las necesidades inmediatas como las estructurales que perpetúan su situación. 

En ocasiones, nos preguntamos dónde estarán los padres de esos niños, qué circunstancias los llevan a estar en esta situación, o si será que no tuvieron la orientación para ser unos padres responsables. También se puede ver en las calles habrás observado a madres con recién nacidos expuestos al sol del mediodía o a altas horas de la noche empleando al niño como herramienta de trabajo, por lo que podremos preguntarnos: ¿Estará sentenciada al riesgo permanente esa criatura que está dando sus primeros pasos de vida? ¿Por qué un niño tiene que vivir en la calle? Estas interrogantes impulsan la necesidad de pensar en respuestas y soluciones.

Es momento de unir esfuerzos, por lo que trabajemos en conjunto para encontrar soluciones inéditas que permitan transformar la realidad de estos niños. Todos podemos construir espacios de debate iniciando desde el ámbito familiar hasta el gubernamental. Garanticemos  que ningún niño tenga que vivir en la calle.  

En un giro inesperado del destino, pude presenciar una experiencia de aprendizaje en mi vida. Mientras transitábamos por la ciudad, viví  una escena que desafió mis expectativas: el Presidente de un país detuvo su caravana de vehículos, descendió con humildad y se acercó a un niño de la calle, entablando conversación amena llena de empatía y comprensión; entre ellos hubo risas, el dignatario le brindó palabras de aliento, mostrándole un lado humano que rara vez se ve en figuras de su posición. Seguidamente, para mi admiración, el Presidente compartió un café con el niño, rompiendo barreras sociales, mostrando un acto de solidaridad que dejó  recuerdos imborrables en mi memoria y entre todos los presentes.

Durante todos los años de aprendizaje y vida, que ya eran unos cuantos, nunca había presenciado una escena tan impactante para mi persona, como la de ver a una autoridad de la jerarquía de un Presidente de la República compartir ese sentimiento de empatía con un niño de la calle. Esta experiencia me lleva a pensar sobre la tendencia generalizada de apartar la mirada ante la realidad de aquellos que viven en situaciones desfavorecidas. Con frecuencia, optamos por ignorar su presencia, adquirir caramelos o flores que no necesitamos, o simplemente dar unas monedas con temor en los semáforos cuando nos limpian el parabrisas. Sin embargo, el gesto del líder político me demostró que el verdadero cambio comienza al mirar de frente estas realidades, mostrando empatía y generosidad,  reconociendo la humanidad en cada persona, sin importar su situación social.

Unidos podemos generar ideas creativas para que ningún niño tenga que vivir en la calle. Espero que estas líneas inspiren a quienes sí pueden accionar para ayudar a los niños. Al hacerlo evitamos perpetuar un sistema que margina, niega derechos fundamentales. Enviemos un mensaje claro sobre el valor intrínseco de cada vida humana, pues es importante reconocer su dignidad, ofrecerles oportunidades equitativas. Construyamos sociedades más solidarias y evitemos perpetuar realidades en las que algunos seres humanos son excluidos o despojados de sus derechos básicos,


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