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Niños especiales y el compromiso colectivo

Oscar  González Ortiz

Este sábado, mientras muchos descansaban o disfrutaban del ocio, un grupo de personas transformó el concepto del tiempo libre dirigiéndose a las comunidades de El Jobo, Valle Verde, Bicentenario y Che Guevara; el objetivo no fue turístico ni recreativo: llevábamos voluntad, dispositivos auditivos, andaderas de ruedas y pañales, herramientas que representaban algo más que ayuda material. Son símbolos de luchas silenciosas, respuestas concretas a necesidades invisibilizadas. 
La imagen de unos cuantos niños con discapacidades diversas, cada uno con historias únicas de resiliencia, dejó huella imborrable. 

Los padres, guardianes incansables de sus hijos, enfrentan desafíos que trascienden lo físico: jornadas interminables de cuidado, limitaciones económicas y una sociedad que aún no comprende la magnitud de su realidad. 

Del siglo XX a la revolución social.

Antes de adentrarnos en la urgencia del presente, es indispensable mirar al pasado. En el siglo XX, los niños con discapacidades y los familiares vivían en contextos de invisibilidad casi absoluta. Las políticas públicas brillaban por su ausencia; la atención médica era un privilegio inaccesible para las mayorías, y el estigma social convertía a estas realidades en temas tabú. Los padres debían improvisar soluciones: desde adaptar mobiliario casero para movilidad hasta aislarse de comunidades que no entendían sus luchas. 

En países como Venezuela, donde la desigualdad ha sido histórica, estas familias sobrevivían gracias a redes informales de apoyo, generalmente vinculadas a organizaciones religiosas o grupos vecinales. No existían programas estatales estructurados, y la discapacidad se abordaba desde la caridad, no desde los derechos. 

Figuras como Luis Beltrán Prieto Figueroa, con su visión de educación inclusiva, o Arturo Uslar Pietri, desde la reflexión sociocultural, habrían cuestionado esta marginalización. Prieto Figueroa, por ejemplo, defendía una escuela pública adaptada a todas las realidades, un ideal que aún hoy parece lejano. Sin embargo, sus ideas germinaron en iniciativas posteriores, como las misiones sociales que emergieron en el siglo XXI, aunque con focos dispersos. La pregunta es inevitable: ¿por qué no crear una misión específica para niños especiales y sus cuidadores? --- Imaginemos la “Misión Hugo Chávez para la dignidad de las familias con niños especiales”. 
Se trata de un sistema integral que garantice alimentación, terapias y apoyo psicológico. 

La entrega de una bolsa de comida mensual sería apenas el primer escalón. ¿Qué impediría incorporar formación técnica para padres, permitiéndoles generar ingresos desde casa? O, ¿por qué no diseñar centros de cuidado temporal, donde los cuidadores puedan descansar mientras profesionales capacitados asisten a sus hijos? 
La innovación está en fusionar lo inmediato con lo estratégico: aliviar el hambre hoy mientras se construyen capacidades para el mañana. El acto de entregar dispositivos auditivos, pañales o andaderas, aunque valioso, es un parche en una herida que requiere cirugía mayor. La verdadera revolución está en transformar la estructura que obliga a estas familias a depender de la voluntad ocasional de donantes. 

Aquí emerge un llamado al lector revolucionario: no basta con dar; hay que exigir. Exigir que el Estado asuma su rol protagónico, que las empresas privadas destinen recursos bajo esquemas de responsabilidad social real, y que las universidades investiguen soluciones tecnológicas accesibles. 

La jornada de este sábado demostró que cuando el pueblo se organiza, trasciende la retórica. Los líderes comunitarios, los motorizados que transportaron insumos y las madres que compartieron testimonios, todos tejieron mapas de esperanzas. Pero este esfuerzo no puede ser esporádico. 

En este punto, es crucial reconocer que el cuidado de niños especiales no es un "tema de otros". Quien piense así ignora que la discapacidad puede tocar cualquier puerta: accidentes, enfermedades, o simplemente el azar genético. Por ello, cada ciudadano tiene un rol: desde abogar por leyes inclusivas hasta simplemente ofrecer una hora de compañía a un cuidador exhausto.

Las revoluciones se construyen con gestos grandes y pequeños. El recorrido por El Jobo, Valle Verde, Bicentenario y Che Guevara y las demás comunidades,  fue recordatorio de que la lucha por la dignidad no tiene horarios ni días de descanso. Mientras existan padres que duerman menos de cuatro horas seguidas, niños que esperen años por diagnóstico, o jóvenes que anhelen integrarse a una sociedad indiferente, la revolución social seguirá siendo tarea incompleta. En esta tarea, como se demostró este sábado, el pueblo no espera órdenes: actúa. 
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