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El legado que nos toca vivir
Oscar González Ortiz


La historia se experimenta de maneras distintas, nadie vivo hoy conoció personalmente a Simón Bolívar; su figura, monumental y lejana en la historia, pero muy cerca del día a día, llega a través de nombres de calles —barrios, libros, pinturas, leyendas y relatos transmitidos por generaciones—. “La vida de Bolívar me la contaron”, como bien dicen algunos.

En cambio, la presencia de Hugo Chávez aún palpita en la memoria colectiva de millones; muchos lo vieron, escucharon, sintieron su energía transformadora. Otros, más jóvenes o distantes, sólo conocen su legado a través de testimonios y documentos. Esta diferencia temporal marca nuestra relación con ambos líderes: uno es historia viva, el otro es memoria viva. Más allá de los encuentros físicos, lo que verdaderamente importa es cómo sus ideales siguen caminando entre nosotros.

Dos épocas distintas, dos hombres que marcaron el rumbo de Venezuela y un mismo pueblo que hoy vive tiempos complejos; superamos la pandemia que dejó al descubierto desigualdades globales; resistimos diariamente un bloqueo económico sin precedentes; una guerra financiera que busca rendirnos por hambre; más de mil sanciones intentan estrangular la economía y el dólar “paralelo, promedio o invisible” (en este momento pareciera no tener nombre pero sigue presente, castigando igualmente) siendo arma de desestabilización.
Ante estos escenarios que estamos viviendo, surge esta pregunta: ¿qué hacemos nosotros, los herederos de esta historia? Algunos cumplen el legado con acción social concreta: ayudando en comedores populares, organizando jornadas médicas, enseñando en barrios olvidados. Otros, quizás desencantados, expresan su descontento en redes sociales o conversaciones de café; unos pocos, inexplicablemente, piden más bloqueos, más sanciones, como si el sufrimiento colectivo fuera solución.

Del discurso a la acción: El verdadero legado

Más allá de las posturas políticas, existe un terreno común: la necesidad humana de ayudar al prójimo, la Biblia lo dice claro, las filosofías orientales lo repiten, el sentido común lo confirma: somos seres sociales que necesitamos unos de otros. En tiempos de crisis, esta verdad se hace más evidente. ¿Qué hacemos por nuestros vecinos? ¿Por aquel anciano que no puede comprar medicinas? ¿Por la madre soltera que lucha por alimentar a sus hijos? ¿Por el joven que busca oportunidades en un país asediado? Las respuestas no están en los discursos, posiblemente sí lo estén en los pequeños gestos cotidianos.
Bolívar soñó con una patria unida. Chávez trabajó por incluir a los excluidos. Hoy, estos legados se asemejan a estatuas y consignas guardadas en el Panteón y el Cuartel de la Montaña, hallándose en las calles en las manos de “Conciencia”, la capacidad de convertir el dolor colectivo en acción transformadora.

Estoy como una gran cantidad de seres humanos, esperando que conciencia regrese pronto, que llegue desde el oficialismo, desde la oposición, desde la apolítica, pero que aparezca la solidaridad humana. El bloqueo no será derrotado con denuncias internacionales, requerimos de creatividad popular. No venceremos la economía criminal con decretos, ni la división política será superada con más polarización, hay que encontrar puntos comunes en el hambre compartida, en la salud, en el futuro que nos une.

Mientras algunos esperamos soluciones mágicas, otros las construyen día a día; en cada aula donde un maestro enseña contra viento y marea, en cada consultorio popular donde un médico atiende sin insumos, en cada familia que resiste sin emigrar, en cada cancha donde no hay balones, en cada joven que se gradúa en la universidad buscando al personaje llamado futuro, en los pacientes oncológicos buscando radioterapia, ¡allí vive el verdadero legado!

No es cuestión de nombres ni banderas, es humanidad concreta. La pregunta final no debe ser qué piensas de Bolívar o Chávez: ¿Qué haces hoy, en tu espacio, con tus recursos, por mejorar aunque sea un pequeño rincón de esta patria que todos compartimos? Algunos expresarán que los próceres pertenecen al pasado o están completos, pero el presente nos pertenece a todos. Sembremos esperanzas en lo pequeño: ¿En qué lado estás tú?
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