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El pueblo en la cola, ellos en la sombra

Oscar González Ortiz

En la cola interminable de una bomba de gasolina subsidiada, bajo el sol inclemente, se encuentra María. Lleva tres horas esperando para equipar cuarenta litros de gasolina, al mismo tiempo no pudo llevar a los niños a la escuela y llegará retrasada al trabajo. En el carro posterior está Pedro, adulto mayor buscando donde orinar, quien al mismo tiempo transporta en el asiento trasero del carro, una bolsa de medicamentos que necesitan refrigeración; curiosamente, en el mercado popular, hay escenas que se repiten: madres calculando precios con miradas de preocupación y jóvenes revisando —solicitando— WiFi para realizar pago móvil.

De las personas que hacen la cola para abastecer gasolina escucho: Nunca he visto a un canciller, gobernador ni al Presidente, hacer cola para adquirir gasolina subsidiada. Sólo vemos al pueblo, atrapado en una realidad diseñada por otros. Estados Unidos declaró a Venezuela “amenaza inusual y extraordinaria” en 2015 bajo Barack Obama, desde entonces han impuesto más de mil sanciones internacionales, conducidas por varios países.

La narrativa expuesta habla de “presión democrática” contra el gobierno, pero el blanco real es la economía popular. Entre 2017 y 2024, estas medidas coercitivas unilaterales costaron al país una gran cantidad de miles de millones de dólares, equivalentes a un alto porcentaje del PIB en ingresos petroleros. El resultado: Enorme inflación que afecta salarios y al Sistema de Salud,  que está sin insumos básicos.

La hipocresía sancionadora 
Quienes piden bloqueos no lo sufren, los promotores de las sanciones no los ves en las colas. Tampoco los diplomáticos extranjeros que diseñan los embargos. En 2024, el gobierno venezolano aprobó una ley que castiga con “30 años de prisión” a quienes apoyen sanciones internacionales. La medida, calificada como “severa”, revela una ironía profunda: “los que incitan al cerco económico viven fuera de sus consecuencias”. 

Mientras, el pueblo enfrenta desabastecimiento, hiperinflación y migración forzada; esta estrategia recuerda al Chile de Salvador Allende en 1970, cuando el presidente norteamericano para la fecha ordenó “hacer gritar la economía” chilena para derrocar al gobierno socialista. Hoy, el guión parece repetirse: las sanciones a PDVSA desde 2017 paralizaron la principal fuente de divisas, imposibilitando importaciones de alimentos y medicinas. El pretexto fue la “defensa de la democracia”, pero el mecanismo fue el ahogamiento financiero. Cuando el secretario de Estado norteamericano admitió en 2019 que el “dolor y sufrimiento” del pueblo venezolano eran parte del cerco, confirmó lo que las filas en las estaciones de gasolina ya gritaban:

 “las sanciones son un castigo colectivo”.

La estigmatización del migrante venezolano completa el círculo perverso: los seres humanos que migraron desde 2015, primero fueron recibidos como “profesionales calificados”; luego, como “crisis humanitaria”; hoy son criminalizados con narrativas como la del “Tren”, empleando términos “terroristas-pandilleros”, buscando así justificar deportaciones masivas bajo una ley de 1798 . 

En marzo de 2025, “238 venezolanos fueron enviados a una cárcel de máxima seguridad en El Salvador”, sin debido proceso, pese a una orden judicial que bloqueaba su deportación. La misma potencia que incentiva la huida con sanciones, cierra las puertas y estigmatiza a sus víctimas. 

Los recursos venezolanos, sin embargo, siguen siendo bienvenidos; seguramente algunos países compran petróleo con descuentos, empresas petroleras amplían operaciones pese a las restricciones y CITGO, filial de PDVSA en EE.UU., continúa confiscada y puesta bajo control de quien no corresponde. El oro, coltán y minerales estratégicos, parecen ser el verdadero botín de esta guerra no declarada. Mientras, el pueblo sobrevive entre colas y economías de trueque, preguntándose por qué este sufrimiento es invisible para quienes promueven las sanciones. 
En la entrada de un estacionamiento, un hombre murmura: “A quien joden las sanciones”. Esta frase es resumida: esta guerra económica no tiene héroes ni libertadores, tiene verdugos distantes, cómplices locales y un pueblo que carga el costo de una batalla por recursos disfrazada de épica democrática. “Mientras que el petróleo es cotizado en bolsas internacionales, la gente paga con horas de fila y maletas en el exilio”. 

Cuando la gasolina subsidiada se acaba, María regresa a casa con el tanque medio vacío, Pedro con la medicina a punto de perder la cadena de frío y ni el dueño de la bomba sabe qué sucede con los que estamos en la cola buscando un baño. 
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