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Gasoil: La sangre del campo venezolano

Oscar Humberto González Ortiz

En el corazón de los llanos venezolanos, donde la tierra se extiende bajo el cielo infinito, el gasoil no es simplemente un combustible: es el latido que mantiene viva la producción agrícola. Su definición técnica puede resultar compleja, pero para el campesino, productor agropecuario y comunidades rurales, es un recurso tan vital como el agua. Sin él, los tractores se convierten en estructuras inertes, las cosechas se estancan y el campo pierde su voz en la economía nacional. 

El gasoil determina la capacidad de trabajo de un tractor, la extensión de tierra que puede ararse y, en última instancia, el volumen de alimentos que llegará a las mesas de los venezolanos. Cada modelo de maquinaria exige un cálculo preciso: un tractor con un tanque puede arar determinado número de hectáreas, dependiendo del modelo, marca, capacidad, terreno y potencia. 

Sin embargo, el verdadero desafío no radica únicamente en llenar los tanques, está en garantizar que el combustible llegue a las zonas donde más se necesita. En comunidades como las del estado Guárico, donde las bombas expendedoras de gasoil son escasas —a veces una o dos por pueblo—, la logística se convierte en una carrera contra el tiempo. Un productor que no cuenta con suficiente combustible verá truncada su siembra, y con ello, se debilitará el flujo de alimentos hacia las ciudades; la distribución acertada del gasoil no es un simple trámite administrativo, es una estrategia geopolítica que define la soberanía alimentaria.

Motorizando el renacimiento agrícola

Venezuela recientemente fue testigo de cómo fenómenos naturales, sequías o inundaciones, golpearon la producción en estados claves. Ante estas adversidades, el gasoil es factor determinante para la recuperación. Si los tractores no arrancan, maquinarias y sistemas de riego y plantas generadoras de electricidad —que en muchas zonas rurales son fuentes de energías— no reciben combustible, el campo se paraliza. 

El despertar agrícola del país no depende únicamente de la voluntad de los campesinos, es directamente proporcional a la cadena de suministros eficiente. Cada litro de gasoil bien administrado equivale a hectáreas cultivables, a toneladas de maíz, arroz o caraotas que fortalecen la economía local. 

La unión, planificación, coordinación, entre productores, transportistas y distribuidores es esencial; sin colaboración con altas dosis de voluntad, el gigante agrícola seguirá dormido. En momentos cuando la autosuficiencia alimentaria se vuelve prioridad, el gasoil deja de ser “simple hidrocarburo” para transformarse en instrumento de independencia económica. 

Las comunidades rurales lo saben: cuando el combustible fluye, la tierra responde. El reto ahora es asegurar que el flujo no se interrumpa, que cada gota de gasoil se traduzca en siembra, cosecha y prosperidad compartida. 

El campo venezolano tiene la capacidad de alimentar al país entero, pero necesita más que semillas y esfuerzo humano; necesita gasoil para mover sus máquinas, para encender los motores, para seguir siendo el sustento de una nación. La ecuación es clara: a mayor distribución eficiente de combustible, mayor producción; y a mayor producción, mayor fortaleza para el pueblo —el gasoil es el pulso que mantiene viva la producción agrícola, cada litro debe ser administrado con la precisión de un cirujano.

En Guárico la agricultura es sinónimo de identidad. No preguntemos “cuánto gasoil es requerido”, no se trata de esperar soluciones externas, la distribución del gasoil maximizará el despertar agrícola, encenderá motores, abastecerá bombas y proporcionará una tierra dispuesta a dar frutos.

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