La batalla que nunca termina
Oscar Humberto González Ortiz
La vida, en su esencia más pura, es una sinfonía de contrastes; a veces sus notas son dulces, otras veces ásperas, pero siempre recuerdan que existir es un acto colectivo. La melodía que inspira estas líneas parece un grito silencioso: “Cómo quisiera vivir sin aire, cómo quisiera vivir sin agua”. Versos que reflejan la paradoja humana de anhelar lo imposible cuando lo esencial falta; la salud, ese frágil equilibrio entre el cuerpo y el entorno, ha sido siempre el campo de batalla donde se libran guerras íntimas. Hoy, como ayer, el sistema sanitario es cuestión de médicos, hospitales, comunidad, historia y resistencia.
La salud, ese bien intangible, se valora cuando se pierde. Puedes ser un erudito, atleta o defensor de causas nobles; pero en un instante, todo se reduce a una súplica: “Dios, dame salud”. Esta semana fue espejo de esas dualidades.
De Vargas a Hernández: La evolución de un derecho
En la Venezuela del siglo XIX, José María Vargas, médico y Presidente de la República, enfrentó epidemias con herramientas precarias, sin antibióticos ni electricidad. La medicina era el arte de observación y paciencia, los hospitales eran espacios de caridad, no de derecho. Medio siglo después, José Gregorio Hernández recorría caminos polvorientos con su maletín, llevando alivio donde el Estado poco llegaba.
Entre ambos, José Félix Blanco impulsó reformas sanitarias en una nación que nacía entre guerras; esa Venezuela tenía hospitales que más parecían refugios, donde la solidaridad era el mejor medicamento. Hoy, con tecnología y protocolos, persiste una pregunta: ¿Cuánto hemos avanzado realmente, cuando familias enteras dependen de milagros o gestiones comunitarias para recibir atención?
Entre los destellos de luz, el regreso de la profe a su hogar, con su hija en lenta pero esperanzadora recuperación, muestra que la medicina y la fe pueden caminar de la mano. La médula, ese tejido vital, se regenera en el cuerpo y también en el espíritu de quienes esperan. Pero lo más revelador no fue únicamente el avance médico, sino la respuesta de la comunidad. Mientras la profe luchaba en la capital, sus vecinos transformaron su casa: pisos nuevos, paredes reparadas, cocina renovada; no era sólo cemento y pintura, fue solidaridad convertida en acción.
Sin embargo, la crisis reapareció sin aviso; la respiración boca a boca que la madre dio a su hija y el oxígeno de emergencia que tuvo que colocarle, provocó que saliera a la carrera para llegar a tiempo al hospital. Escenas que pueden repetirse en unos cuantos hogares, donde el sistema falla y la gente se convierte en primer respondiente.
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, una mujer con cáncer espera en la penumbra. Sin luz eléctrica, con calor asfixiante, sus gasas y pañales son provistos por la solidaridad. La salud, en estas circunstancias, es un acto de fe colectiva.
El Alzheimer y los huecos de la memoria
¿Cuántas vidas se sostienen gracias a redes invisibles de gente común? Los momentos oscuros, sin embargo, no dan tregua. Aprender a convivir con el Alzheimer es como navegar en un laberinto sin mapa o estar en un mar con olas impredecibles. Cada frase repetida, cada momento de lucidez seguido de confusión, revela otra faceta: las enfermedades crónicas no tienen protocolos para el dolor emocional de ver a un ser querido desvanecerse lentamente.
En la comunidad de Los Flores, como en tantos otros lugares, la salud se mide en gestos pequeños. Una visita oportuna, compresas donadas, llamadas para agilizar una cita médica, redes informales que suplen parte del sistema. Esta no es la Venezuela de Vargas ni del Dr. Hernández, pero conserva su esencia: un pueblo que se cura a sí mismo cuando el futuro de la salud pública está en reconocer que la verdadera medicina incluye viviendas, electricidad y comunidades unidas.
Mientras la niña lucha por su médula y la señora contra el cáncer, sus historias recuerdan que la batalla por la salud es en el fondo por ¿cuántas personas luchan, en la intimidad de sus hogares, mientras el mundo sigue girando? La melodía inicial suena: “Cómo pudiera un ave volar sin ala”. No podemos, pero unidos podemos ser el viento que levante a quien caiga. La verdadera política está en las manos que se tienden cuando nadie mira.