Caras vemos, de corazones no sabemos
Por: Deisy Viana
En la superficie, todo parece perfecto. Risas, abrazos, publicaciones llenas de filtros y frases motivadoras. Pero detrás de cada sonrisa puede esconderse una historia que nadie imagina. Déjame contarte que esta es una crónica sobre las máscaras que usamos, las heridas que ocultamos y la urgencia de mirar con más compasión.
La pareja perfecta que todo lo comparte y disfruta, pero detrás de la puerta de su hogar todo es caos, incomprensión, conflicto, son solo fachadas.
Ella es mi estudiante universitaria. La que todos admiran por su energía, su alegría contagiosa, su capacidad de hacer reír incluso en los días más grises. El alma de la fiesta. Pero un día, en medio de una actividad cualquiera, sus ojos se apagaron. Su sonrisa no llegó. Y detrás de esa fachada descubrimos una profunda depresión, una sensación de vacío que la hacía pensar que su vida no tenía sentido. Gracias a Dios, pudimos intervenir, escucharla, y acompañarla en su proceso de sanación. Pero ¿cuántas otras “almas de la fiesta” están gritando en silencio?
La amiga que sostiene a todos, pero se desmorona sola. Ella siempre tiene palabras de ánimo. Siempre está ahí para los demás. Pero en su hogar, la armonía es solo un recuerdo. Problemas familiares, tensiones constantes, y una carga emocional que la consume. ¿Por qué no lo dice? Porque teme que al mostrar su dolor, pierda el papel que le han asignado: el de la fuerte, la que nunca se quiebra.
Conocí al exitoso que vive en ruinas emocionales. Tiene todo lo que muchos sueñan: una esposa hermosa, trabajadora, amorosa. Una carrera brillante. Pero dentro de él hay un vacío que no sabe llenar. Aunque ama a su esposa, busca en otras mujeres algo que ni él mismo puede definir. No es deseo, es desconexión. Es la incapacidad de enfrentar su propio descontento. Vive en una contradicción constante, atrapado entre lo que muestra y lo que siente.
La influencer que vive en una mentira.
En redes sociales, es una diva. Su vida parece sacada de una revista. Pero basta con cruzar la puerta de su casa para ver el caos. Desorden, tristeza, frustración. Su vida es una puesta en escena. Una ilusión que la protege del juicio, pero también la aleja de la autenticidad.
¿Por qué vivir de apariencias?
La sociedad nos ha enseñado que mostrar debilidad es perder valor. Que la tristeza es incómoda. Que la vulnerabilidad es un defecto. Entonces aprendemos a fingir. A sonreír cuando queremos llorar. A decir “todo bien” cuando estamos al borde del colapso. El miedo al rechazo, al juicio, a no encajar, nos empuja a construir versiones falsas de nosotros mismos.
Pero, cuáles son las consecuencias del silencio emocional:
- Aislamiento: cuanto más fingimos, más solos nos sentimos.
- Ansiedad y depresión: la represión emocional tiene efectos devastadores.
- Relaciones superficiales: si no mostramos quiénes somos, nadie puede amarnos de verdad.
- Desconexión espiritual: vivir en mentira nos aleja de nuestra esencia y de Dios.
¿Qué debemos hacer?
- Escuchar sin juzgar: a veces, una conversación sincera puede salvar una vida.
- Validar emociones: no hay sentimientos “malos”, solo humanos.
- Buscar ayuda: psicólogos, consejeros, líderes espirituales… hablar es sanar.
- Ser auténticos: mostrar nuestras heridas no nos hace débiles, nos hace reales.
- Cultivar espacios seguros: donde la verdad sea bienvenida y el amor no dependa de la perfección.
Para reflexionar les comparto este versículo:
"El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón." 1 Samuel 16:7
Porque al final, lo que realmente importa no es lo que mostramos, sino lo que somos. Y todos merecemos ser vistos, escuchados y amados en nuestra verdad.
A nadie podremos engañar, mejor es ser honestos, porque ni Dios puede ser burlado.