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Ocaso del Derecho Internacional y retorno del galeón

Oscar González Ortiz

La brisa del Caribe hoy arrastra un hedor denso con rastros químicos que evoca azufre y pólvora, señal inequívoca de que la diplomacia cedió su espacio a la barbarie del abordaje. El aroma impregnado proviene de lo que expresan: la flota más grande jamás reunida en la historia de Sudamérica, desplegada por orden de una potencia extranjera.  

Aquella vieja ley de la selva, donde el colmillo del fuerte desgarra la soberanía del débil, se instaló bajo el disfraz de modernidad tecnológica revelado su rostro esencial: un bloqueo naval total contra las embarcaciones petroleras que entran o salen de la República Bolivariana de Venezuela, con la explícita intención de confiscar petróleo bajo la acusación de que fue “robado”. ¿Pero robado a quién?

Así, la geopolítica actual vistiendo el traje anticuado de piratería, donde la distinción entre el corsario —un particular con patente de un Estado para atacar— y pirata —ladrón del mar, un delincuente común— siempre dependió de la perspectiva del afectado. Observamos con asombro cómo la figura del corsario mutó portando decretos unilaterales y bloqueos navales que pretenden secuestrar el flujo de nuestro subsuelo. El petróleo, tierras raras y minerales estratégicos son el botín de la expedición que busca desesperadamente restaurar la Doctrina Monroe en su versión 26.0, actualización del despojo adaptada a la voracidad del siglo XXI. 

Resulta paradójico que quienes levantan estandartes de paz, utilicen la tribuna para difundir el efecto Dunning-Kruger geopolítico, donde la incompetencia para comprender la complejidad de una nación y entender la autodeterminación se combinan con la arrogancia de emitir juicios deshumanizantes en su máxima expresión, calificando de criminales al 60% del pueblo venezolano. Cuando un laureado afirma que la mayoría de una nación participa en ilícitos, sólo demuestra que el prejuicio nubló el juicio de los antiguos árbitros del orden mundial. 

Estamos ante la metamorfosis del Derecho Internacional en una geopolítica del saqueo, donde el mapa se divide entre metrópolis hambrientas y colonias en resistencia. En este escenario, la narrativa de los carteles, narcotraficantes y terroristas sirve para justificar la incursión militar y robo de la herencia de nuestros antepasados e hijos. Frente a esta amenaza de bloqueo total, surge una fuerza telúrica que los imperios suelen olvidar: la espada de Simón Bolívar, estandarte de lucha pendiente, vibración constante que recorre la columna vertebral de América Latina, la cual debe permanecer desenvainada ante las nuevas formas de colonialismo, hasta despertar la conciencia de los pueblos que se niegan a ser el presunto patio trasero de ninguna historia.

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