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Los invisibles entre fe y abandono
Por: Oscar González Ortiz.

Existen seres humanos que la sociedad aprendió a ignorar. Niños con condiciones especiales escondidos en sus hogares, pacientes oncológicos que luchan en silencio por radioterapia o quimioterapia, ancianos abandonados a su suerte. Estos son los olvidados, aquellos cuya existencia parece no importarle a nadie. 

Mientras en las entradas de las comunidades se leen carteles que proclaman “Cristo viene”, cabe preguntarse: ¿a qué país llegaría? ¿Vendría a Venezuela? ¿A cuál de estas comunidades sumidas prácticamente en los recuerdos? Y si viniera hoy, en esta era digital, ¿usaría redes sociales para realizar denuncias o sería otro mensaje más perdido en el mar de contenidos banales? 

La paradoja es dolorosa; grupos sociales que profesan fe en lo divino pero son incapaces de ver el sufrimiento humano a su alrededor. Creen en milagros celestiales a la vez que ignoran los milagros cotidianos que pueden hacer con simples actos de solidaridad. Simón Bolívar libertó naciones con su espada y voluntad, Simón Rodríguez enseñó que debíamos inventar nuevas formas de convivencia. Sin embargo, seguimos repitiendo los mismos patrones de exclusión.

La cruz que nadie quiere cargar
En el relato bíblico, Simón de Cirene ayudó a Cristo a llevar su cruz. Un acto simple pero trascendental. Hoy, nuestras calles están llenas de cruces invisibles que nadie quiere ayudar a cargar. ¿Quién será el Simón de Cirene de los niños especiales, ocultos en una gran cantidad de hogares, sin esperanzas por el sistema? ¿Quién ayudará a los pacientes con cáncer que esperan por radioterapia o quimioterapia? ¿Estos pacientes morirán esperando tratamiento o ya son muertos en vida? La respuesta no está en los cielos, lo único que cae del cielo es la lluvia; revisémonos nosotros para encontrar esas respuestas.

Las condiciones actuales requieren más que fe, exigen acción. No es suficiente creer en un país mejor, hay que construirlo. Mientras algunos esperan señales divinas, los olvidados necesitan medicamentos, terapias, educación inclusiva y, sobre todo, dignidad. La verdadera espiritualidad no se mide por la frecuencia con que se visitan templos, está por la capacidad de ver a Cristo en cada ser humano sufriente. 

Los mecanismos de exclusión son múltiples: Sistema de salud que prioriza lo rentable sobre lo humano; educación que margina a los diferentes; comunidades que prefieren no ver lo que les incomoda. Romper estos patrones requiere inventiva, como enseñó Rodríguez, y voluntad, como demostró Bolívar. 

Las redes sociales, usadas masivamente para el entretenimiento banal, pueden ser herramientas de visibilización. Cada historia de abandono compartida es un llamado a la conciencia colectiva. Cada caso publicado es un acto de resistencia contra la indiferencia. La tecnología, que nos conecta virtualmente, debe servir para tender puentes reales hacia los excluidos. 

Los olvidados no requieren compasión, necesitan acción social. No piden limosna, exigen derechos de vida. Sus luchas no son por privilegios; requieren el reconocimiento básico de su humanidad. Mientras escribimos sobre ellos y leemos estas líneas, alguien en algún rincón del país sigue siendo invisible. La pregunta está flotando en el aire, es simple pero importante: ¿seremos capaces de verlos antes de que sea demasiado tarde? ¿Tendremos el valor de ser los Simones de Cirene de nuestro tiempo? La respuesta, como la cruz, está en nuestras manos.

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