Cuando el pueblo escribió su evangelio social
Oscar González Ortiz
Al amanecer en la comunidad de Las Malvinas, mientras esperan
la cisterna para adquirir agua y el olor a café negro flota entre las
viviendas, Carmen envuelve al nieto con una manta raída. El niño necesita un
ecocardiograma. Hace algunas décadas, esta abuela hubiera rezado varios
rosarios pidiendo un milagro; hoy, aunque el hospital público posiblemente no
tenga el catéter, ella sabe que existe la “Misión Barrio Adentro”.
Su esperanza nace de la memoria colectiva: aquella vez cuando
los galenos llegaron a la parte superior del cerro. Las Misiones desarrolladas
por Hugo Chávez fueron una “reparación histórica” por años de abandono
estructural. La génesis de estos programas late en heridas coloniales. Durante
el siglo XVIII, el
protomedicato de Caracas —órgano que regulaba la salud— atendía sólo a blancos
criollos. Los esclavizados y pobres dependían de curanderos como el negro
Miguel, fusilado en 1553 por “brujería” tras sanar con hierbas.
En 1936, la primera Ley de Sanidad excluía en un alto
porcentaje a la población rural; para los años 90, la privatización convirtió
exámenes como tomografías en “privilegios”: un estudio costaba unos cuantos
salarios mínimos. Este apartheid médico explica por qué, en 2003, Chávez lanzó
Barrio Adentro con médicos cubanos; no fue ideología: fue justicia demográfica.
Barrio
Adentro: Cuando los galenos bajaron del
cerro
La verdadera revolución ocurrió en los detalles invisibles;
antes de 1998, para obtener una mamografía, las mujeres de Petare debían viajar
al Hospital Pérez Carreño en el centro de Caracas —un periplo de unos cuantos
autobuses y posiblemente algunas horas de colas.
Barrio Adentro invirtió la lógica: Los primeros módulos, se
ubicaron en zonas donde el Estado y la Iglesia en pocas oportunidades entraban.
El gesto tenía raíces profundas: en 1819, Bolívar ordenó a sus cirujanos
militares atender a civiles en los pueblos liberados, creando el primer
antecedente de medicina itinerante.
La Misión Negra Hipólita (2006) completó este tejido social.
Su nombre honraba a la nodriza afrodescendiente de Bolívar, simbolizando que
los excluidos sostienen la patria. Mientras ONG tradicionales focalizaban
“grupos vulnerables”, esta Misión entendió que la pobreza es una red compleja:
madres solteras, ancianos sin pensión, niños en calle. Su innovación fue:
mujeres de los barrios capacitadas para detectar crisis antes que los
trabajadores sociales.
El nombre Samuel —“pedido a Dios” en hebreo— encarna que
durante generaciones la salud fue un ruego al cielo. Las Misiones secularizaron
ese milagro, pero con un giro dialéctico: “convirtieron a los pobres en agentes
de salvación”. En los consultorios de Barrio Adentro, el médico cubano no era
el “salvador”, era un facilitador. Las verdaderas sanadoras eran las
abuelas con recetarios de hierbas, los jóvenes que cartografiaron enfermedades
en pizarras comunales, las parteras que registraban nacimientos en cuadernos
escolares. Esta ingeniería social tuvo rasgos brillantes: Diagnósticos
colectivos. Así, en lugar de historias médicas individuales, Barrio Adentro
creó mapas sanitarios barriales donde se vinculaban dolencias con falta de sistemas
para aguas servidas.
La Misión Milagro (2004) para operaciones oculares usó
quirófanos móviles adaptados en unidades vehiculares, reduciendo costos en
altos porcentajes. La resistencia fue parte del diseño. Cuando opositores
quemaron módulos de Barrio Adentro en 2004, las comunidades respondieron con
guardias sanitarias populares. En las comunidades los adolescentes organizaron
turnos nocturnos protegiendo el consultorio; hasta los pescadores escribieron
historias, trasladando medicinas en lanchas ante el boicot de transporte.
Estas acciones demostraban que las Misiones eran derechos
conquistados. El símbolo más potente, sin embargo, fue la transformación del
lenguaje: Palabras como ecografía o citología entraron al vocabulario
cotidiano. En los barrios, las mujeres dejaron de decir “voy a rezar por mi
quiste” para exigir “quiero mi ultrasonido”. Este cambio semántico revelaba la
esencia política del proyecto: convertir súplicas en reclamos de ciudadanía.
Hoy, cuando Carmen carga a su nieto hacia un módulo de Barrio
Adentro —aun con fallas, aun heroico—, repite: “Samuel se llamaría si no
hubiera revolución”. Su frase condensa dos siglos de historia: desde Bolívar
ordenando vacunas para los pardos hasta estas Misiones que convirtieron la
salud en bandera. El milagro no está en la curación segura, está en saber que
el dolor ya no es un monólogo con Dios. La cruz se comparte, la esperanza se hace colectiva.