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Cristo viene pronto, café y esperanza

Oscar Humberto González Ortiz

Al adentrarse en algunos municipios del estado Guárico, una imagen se repite con persistencia junto a los letreros de determinada marca de café: “Cristo viene pronto”. Esta afirmación, escrita con esperanza, es un eco constante a través de los siglos. Desde los primeros discípulos hasta voces contemporáneas, la promesa del retorno de Jesús inflama corazones en comunidades.

El mismo Jesús, maestro de parábolas arraigadas en la tierra y el trabajo agrícola, dejó una advertencia profunda para navegar esta espera colectiva: “Probad los espíritus”, añadiendo un criterio inconfundible: “Por sus frutos los conoceréis... pues no se recogen uvas de los espinos, ni higos de los abrojos. Así, todo buen árbol da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos”.

¿Qué son estos frutos que debemos discernir en quienes hablan de su venida, especialmente en el fragor de lo cotidiano que toca la vida del pueblo? La instrucción de “probar los espíritus” trasciende la verificación doctrinal superficial, exigiendo observación aguda y discernimiento que penetra más allá de las palabras o promesas fáciles. En el ámbito comunitario, donde las decisiones afectan el pan diario, salud y paz del pueblo, este mandato adquiere urgencia práctica.

La persona que anuncia “Cristo viene” promueve divisiones, acumula privilegios o siembra temor entre los más humildes, pero ¿de qué espíritu se nutre realmente? La coherencia entre el mensaje celestial y la acción terrenal es el primer campo donde los frutos deben brotar, o marchitarse. Si el mensajero no refleja algo de este poder en su servicio concreto a la comunidad, su anuncio pierde autenticidad, convirtiéndose en ruido vacío que confunde en lugar de edificar.

Los frutos en el huerto comunitario

Entonces, ¿cuáles son los frutos concretos que debemos buscar, como pueblo atento, en quienes se erigen en guías espirituales o políticos invocando autoridad divina? Las parábolas agrícolas de Jesús dan pistas luminosas. El fruto del “servicio desinteresado” es primordial. Así como el buen árbol da sombra y alimento sin calcular, el mensajero fiable trabaja para el bien común, priorizando las necesidades del pobre, enfermo, marginado, sobre cualquier interés personal o de grupo.

Su labor se mide por el alivio tangible que lleva a las casas, no por la acumulación de seguidores o recursos. Un árbol sano no tiene corazón podrido, su fortaleza interna se refleja en la rectitud de sus actos, día tras día, lejos de los focos.

La “promoción de la paz y unidad”

Esta acción promocional es un fruto esencial, especialmente en contextos políticos polarizados; quien siembra discordia, estigmatiza al diferente o alimenta rencores, contradice el espíritu de Cristo, Príncipe de la paz. El mensajero confiable busca puentes, no muros; reconcilia, no enfrenta; su palabra cura heridas, no las abre. No basta con predicar, es necesario actuar contra la opresión y trabajar por estructuras sociales justas, como los profetas bíblicos; el verdadero mensajero alza la voz por los sin voz, confrontando el abuso de poder dondequiera que se encuentre.

La experiencia vivida de caminar por lugares como el Monte Sacro o espacios del Vaticano fue profundamente conmovedora, bendición que conecto con siglos de historia y fe. Sin embargo, esa conexión con lo universal no anula la responsabilidad local del discernimiento. La autenticidad del mensaje sobre el regreso de Cristo, su poder transformador y fiabilidad de quien lo proclama, se juzga aquí y ahora, en el suelo fértil o árido de nuestras comunidades guariqueñas y de todo pueblo.

Esa digna condición tampoco se mide por la grandiosidad de los lugares visitados o los títulos ostentados, sino por la calidad de los frutos producidos en la vida diaria de la gente. ¿Construye el mensajero cooperativas que empoderan, como la buena semilla en tierra fértil? ¿O fomenta dependencias que paralizan? ¿Educa para la libertad responsable? ¿O manipula conciencias con promesas vacías o temores infundados? ¿Su presencia acerca a las personas a un Dios de amor? ¿O las aleja, sembrando desconfianza o fanatismo?

Vivir con fe no es vivir con los ojos cerrados, es vivir con los ojos bien abiertos, atentos a las señales del Espíritu que se manifiestan en acciones concretas, en frutos visibles que alimentan y sanan. La espera del retorno, entonces, se convierte en un llamado activo a construir, aquí y ahora, con manos limpias y corazones discernidores, el reino que Él anunció, un reino cuyos frutos de justicia, paz y amor sean la mejor bienvenida.

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