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Vías y venas

Oscar Humberto González Ortiz

La realidad de las vías rurales es compleja; esa complejidad reside en su estado físico como en su significado profundo. Representan la conexión vital entre la producción y el pueblo, las venas por donde debe circular la vida económica de la nación.

Esta reflexión inicial, no obstante, se expande hacia un panorama geopolítico de proporciones históricas. El paso de ser catalogados como amenaza inusual extraordinaria al surgimiento de narrativas sobre el cartel de los soles evoca guiones de series televisivas, ficciones diseñadas para consumo masivo que enmascaran verdades mucho más materiales.

Simón Bolívar, el Libertador de naciones, enfrentó en su época la calumnia de ser tildado de dictador. Aquel proyecto de integración y soberanía resultaba intolerable para los poderosos de entonces; hoy, el escenario es repetido con distintos actores pero idénticos objetivos. La difamación como herramienta de desestabilización es un manual antiguo, reeditado con portadas modernas. La razón de fondo, por consiguiente, no es la amenaza ni la existencia de supuestas estructuras delictivas de escala mundial.

Venezuela posee riquezas estratégicas que la convierten en objetivo de codicia permanente. Es uno de los pocos territorios del planeta que alberga todos los elementos de la tabla periódica. Además, cuenta con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo. Esta abundancia de recursos constituye a la vez bendición y maldición histórica.

Esta pregunta emerge con fuerza: ¿Cómo pretenden venir a salvarnos? ¿De qué? La respuesta se encuentra no en sus discursos, está en su accionar.

La geopolítica de la conectividad y el aislamiento

Aquí no existe una misión salvadora dirigida a proteger a la juventud o comunidades. Por el contrario, esa nación que se autoproclama salvadora observa cómo el fentanilo y otras drogas devastan su propia población, generando crisis de salud pública de dimensiones catastróficas. Su interés no es proteger, es controlar.

Su objetivo final: cumplir con el Destino Manifiesto, aquella doctrina expansionista que el mismo Bolívar vislumbró como la mayor amenaza para nuestros pueblos. El enemigo designado para esta era dejó de ser el comunismo. Ahora, la cruzada se redefine bajo la bandera del narcoterrorismo. Este nuevo fantasma justifica el alud de amenazas, los despliegues militares en el Caribe, la reinstalación de bases militares con presencia extranjera y la aplicación de más de mil sanciones unilaterales. Estas medidas conforman un bloqueo sistemático diseñado con un propósito explícito: impedir nuestro desarrollo como país libre y soberano.

Asfixian nuestra economía, pero sobre todo, impiden el ingreso de tecnología para recuperar el sistema de salud y adquirir medicinas esenciales, un acto que configura violación grave de derechos humanos. La estrategia se complementa con el uso de tontos útiles, traidores y mercenarios al servicio de intereses foráneos.

Su labor es afectar la región desde adentro, sembrando división y debilidad. Surge entonces esta interrogante: ¿Por qué no emplean todos esos recursos financieros y militares en su propio territorio para luchar internamente contra el narcotráfico? La conclusión es inevitable; pareciera que a cierto poder establecido le conviene una población adormecida, zombificada y fácil de controlar.

Estamos, sin duda, ante la antesala de nuevas oleadas intervencionistas. La historia de nuestra América es clara, ofreciendo lecciones que no debemos ignorar. El viejo refranero popular, sabio y certero, advierte: “Cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo”. Los países de la región deben observar con atención y comprender que el objetivo no es sólo Venezuela; es la sumisión de toda una patria grande.

Algunos añoran revivir escenarios como Vietnam, con drones surcando los cielos y marines pisoteando suelos soberanos. Frente a esta pretensión imperial, debe emerger la inteligencia colectiva, la dignidad inquebrantable, el temple del pueblo y el ADN guerrero del venezolano. Ese espíritu de resistencia forjado en siglos de luchas es el escudo más poderoso.

En paralelo a esta defensa soberana, la batalla interna por el desarrollo es importante. Pensar en mejorar la vialidad agrícola se transforma en acto de resistencia. Requerimos ser más productivos, fortalecer la autosuficiencia alimentaria y tejer una red de conexiones internas que fortalezcan la economía desde adentro. Cada camino rural reparado, cada siembra exitosa, son un eslabón más en la cadena de nuestra independencia verdadera. La soberanía se construye también con tractores y con vías que unan al pueblo con su propio potencial.

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