Cuando la 'paz' tiene sabor a pólvora
Periodista Julio Ramos.
La mera idea de que el Premio Nobel de la Paz pudiera ser otorgado a una figura como María Corina Machado es, para muchos, no solo una aberración, sino una burla, una comidilla de muy mal gusto que raya en lo esperpéntico. Imaginar a la 'arquitecta' de estrategias que bien podrían sacarse del manual de geopolítica agresiva más rancia, como el de figuras como Trump o genocida de Netanyahu, con mas de 66 mil Palestinos asesinados recibiendo tal distinción, es una paradoja que desdibuja por completo la esencia de un galardón que, supuestamente, busca honrar a los constructores de puentes y la armonía.
La memoria histórica tiene sus registros, y en el caso de la señora Machado, estos son bastante elocuentes. No se puede hablar de paz sin recordar su firma en el infame "Decreto Carmona" de 2002, un documento golpista que intentó anular la Constitución y derrocar a un gobierno legítimamente electo. ¿Desde cuándo el apoyo a una interrupción abrupta del orden constitucional se califica como un acto de paz? Aquella rúbrica es un antecedente irrefutable de una inclinación hacia vías no democráticas y violentas.
Pero el historial no se detiene allí. Desde aquel episodio, su repertorio de acciones y declaraciones ha sido consistentemente un llamado a la confrontación, a la búsqueda de "salidas violentas" y al respaldo entusiasta de bloqueos y sanciones económicas que han tenido un impacto devastador en la población civil. ¿Es acaso la asfixia económica de un pueblo, la promoción de la desestabilización interna y el llamado a la intervención externa, la nueva definición de la paz para el comité del Nobel? Paradójicamente, mientras la ciudadanía sufre las consecuencias de estas medidas, se pretende condecorar a quienes las han impulsado con vehemencia.
Un Premio Nobel de la Paz debería celebrar el diálogo, la reconciliación, el entendimiento mutuo y la construcción de la convivencia. Otorgarlo a quien ha defendido y promovido la ruptura, la confrontación y el sufrimiento de su propio país bajo la premisa de una "liberación" que nunca llega, sería enviar un mensaje perverso al mundo: que la paz se puede lograr a través de la destrucción y la imposición forzada, al mejor estilo de aquellos que solo conciben la solución de conflictos desde las cañoneras.
Si el comité Nobel decide seguir esta ruta, no estará premiando la paz, sino mofándose de los principios más nobles de la humanidad y legitimando una agenda que dista mucho de la concordia. La verdadera paz se construye con diálogo y entendimiento, no en la instigación a la violencia ni en la destrucción de la convivencia.
La entrega de este premio quedará grabado en la historia como el acto mas burdo que pueda conocerse una bufonería, un insulto a la inteligencia, de todos los hombres y mujeres de este país que hoy lucha por su derecho de vivir en paz.