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 ¿Y mis amigos dónde están?

Por: Deisy Viana

Hay silencios que duelen más que las palabras. Y hay ausencias que pesan más que cualquier distancia. Déjame contarte que me vienen a la mente esas escenas cotidianas que se repiten como eco en distintas vidas: alguien emprende un negocio con ilusión, pero sus amigos no compran ni comparten. Otro crea contenido valioso en redes, pero sus “cercanos” no reaccionan ni comentan. A alguien se le presenta una crisis, y los amigos que antes reían en la mesa se esfuman como si el dolor fuera contagioso.

¿Qué clase de amistad es esa que solo aparece cuando hay brindis, pero no cuando falta el pan?

La vida es una montaña rusa emocional. Y en cada bajada abrupta, descubrimos no solo quiénes están, sino también quiénes somos. Porque no basta con señalar la ausencia ajena; también hay que mirar si nosotros hemos sido ese amigo que desaparece cuando el otro necesita sostén.

Pero ¿Qué dice la psicología social sobre esta conducta? Este fenómeno puede ser valorado desde varios ángulos. Uno de ellos es el sesgo de conveniencia: tendemos a vincularnos más con quienes nos aportan beneficios inmediatos, ya sea emocionales, económicos o sociales. Cuando alguien atraviesa una crisis, ese “valor de intercambio” se percibe como bajo, y muchos se alejan inconscientemente.

También influye el miedo al malestar emocional. Ver a alguien sufrir nos confronta con nuestras propias vulnerabilidades. Y como sociedad, no siempre estamos preparados para acompañar el dolor sin sentirnos responsables o incómodos.

Además, está el fenómeno del apoyo invisible: algunos amigos creen que “dar espacio” es una forma de ayudar, sin darse cuenta de que el silencio puede interpretarse como abandono.

Estos comportamientos afectan el desarrollo social porque erosionan la confianza, generan aislamiento y perpetúan la idea de que el éxito debe vivirse en soledad y el fracaso, en silencio.

Me pregunto ¿Quién es más amigo que quién? La verdadera amistad no se mide por likes ni por aplausos. Se mide por presencia. Por ese mensaje que llega sin que lo pidamos. Por esa compra simbólica que dice “creo en ti”. Por ese café que se comparte cuando el alma está rota.

Ser amigo no es estar en la foto del logro, sino en el borrador del intento. No es celebrar el premio, sino acompañar el proceso. Y sí, las circunstancias difíciles nos enseñan qué clase de amigos tenemos. Pero también nos revelan qué clase de amigos somos. Porque en cada ausencia ajena hay una oportunidad de presencia propia.

Cómo está escrito “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia.” (Proverbios 17:17) Que este versículo nos recuerde que la amistad verdadera no se esconde en la comodidad, sino que florece en la adversidad para que no tengas por qué preguntarte ¿y mis amigos dónde están?

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