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Bisturí para sanar heridas

Oscar González Ortiz

La historia independentista de Venezuela hasta el siglo XX se forjó entre batallas e ideales, desarrollando una república sobre la visión de patriotas que fueron líderes militares y humanistas. En aquellos tiempos, la gloria pertenecía a los próceres, mientras la sanidad dependía de figuras individuales de inmenso valor, como: José Ángel Álamo, Francisco Isnardi, Carlos Arvelo, José María Vargas, y posteriormente Luis Razetti, José Gregorio Hernández, que fueron pilares del conocimiento científico, curaron heridas de guerra o pestes, simbolizando el deber cívico elevándolo a la máxima expresión en una época cuando las instituciones de salud carecían de renombre. La labor de esos pioneros, casi siempre solitaria, representó el único baluarte contra la enfermedad o muerte, tanto en la paz de las ciudades como en la crudeza de los campamentos militares. 

Imaginemos a Simón Bolívar, en un vivac en las cercanías del Fuerte Conopoima, arengando al Estado Mayor sobre las estrategias a seguir; y preguntándose: ¿a dónde llevarán los heridos después del combate? Esta inquietud reflejaría la necesidad primaria de protección social. La salud era, en esencia, una responsabilidad individual mitigada por la caridad de médicos excepcionales, verdaderos héroes anónimos, como en el caso de José Gregorio Hernández, cuya canonización, simboliza la profunda deuda del pueblo agradecido. 

En la actualidad, el paradigma se invirtió, las instituciones de salud con nombres imponentes suplantaron la fama personal de los galenos, los nombres rimbombantes son los de las estructuras asistenciales privadas, mientras los centros públicos, vestigios de un ideal, languidecen. No obstante, esta transición hacia lo colectivo enfrenta pruebas severas. Por ejemplo, contribuimos a reparar el aire acondicionado en un área oncológica de un centro asistencial público, acto loable que, sin embargo, revela la fragilidad sistémica. 

En la actualidad, la batalla ya no es contra un ejército real, es contra la desidia y obsolescencia. En el municipio Juan Germán Roscio, requerimos de instituciones o patriotas solidarios, que contribuyan a restaurar la puerta de un ascensor, como también recuperar un resonador magnético de un centro asistencial público: éste es un acto de defensa integral de la nación.

Recuperar la funcionalidad de lo material nombrado con anterioridad es imperativo, la independencia en el presente exige centros asistenciales que honren el legado de aquellos médicos ilustres. Por consiguiente, la defensa integral de la nación pasa por ganar la batalla del equipamiento y funcionamiento. El equipo “República Bolivariana de Venezuela” necesita movilizarse en una gesta unitaria donde la solidaridad sea el arma principal para sanar heridas aún abiertas de la patria. No continuemos esperando milagros, es importante asumir el compromiso colectivo de revivir la vocación de servicio que una vez encarnaron los médicos fundacionales. La salud del pueblo es la salud de la República.

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