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Una Llaga en la Conciencia.

Por: Deisy Viana

Hoy, alrededor de las nueve de la mañana, se me acercó una mujer con un niño de unos siete años. Me pidió dinero para comprar una medicina. Su hijo, según me dijo, tenía una afección en la boca. Al mirar al pequeño, noté que tenía la mano dentro de la boquita. Le pedí que la sacara, y allí estaba: una pequeña llaga, una “llaguita”, como solemos decir. Pero lo que más me impactó no fue la herida, sino sus manos completamente sucias.

Las uñas estaban llenas de mugre. La ropa del niño estaba visiblemente sucia, sus zapatos también. La madre no estaba en mejor estado. Le pregunté si venía del médico, y me respondió que sí. Incluso me dijo dónde vivía. Pero algo no encajaba. ¿Cómo puede alguien salir de una consulta médica sin haber recibido una orientación básica sobre higiene?

Tuve que exhortarla. No por juicio, sino por responsabilidad. Le expliqué que la afección del niño no se resolvería solo con medicina. Que el problema no era únicamente la llaga, sino el entorno que la había causado. El desaseo. La falta de conciencia sobre lo que realmente los estaba dañando.

Y es que muchas veces no logramos identificar nuestras verdaderas necesidades. Nos enfocamos en el problema visible, en el dolor inmediato, pero no buscamos cómo corregir la causa. Pedimos ayuda para lo urgente, pero ignoramos lo esencial. Queremos apagar el fuego sin preguntarnos por qué se encendió.

Esta experiencia me dejó pensando. ¿Cuántas veces vivimos así? ¿Cuántas veces pedimos soluciones sin revisar nuestras decisiones? ¿Cuántas veces nos acostumbramos a vivir en el desorden, en la suciedad —física, emocional o espiritual— sin darnos cuenta de que eso es lo que nos está enfermando?

Lamentablemente cuando nos acostumbramos a ver el desorden, el caos, la carencia o la inmundicia, la normalizamos y perdemos el sentido común, es como dicen "quien se acostumbra a vivir rodeado de porquería al poco tiempo ya no siente el hedor".

La higiene no es solo una cuestión de agua y jabón. Es una actitud ante la vida. Es reconocer que el cambio no empieza con una pastilla, sino con una transformación interna. Es entender que nuestras decisiones, por pequeñas que parezcan, construyen o destruyen nuestro bienestar.

Vivimos en una cultura que prioriza lo inmediato sobre lo importante. Que busca alivio sin transformación. Pero el verdadero crecimiento comienza cuando somos capaces de vernos con honestidad, de identificar nuestras carencias y de asumir la responsabilidad de sanarlas.

Para cerrar esta reflexión, comparto un versículo que nos invita a mirar hacia adentro:  “Examinense a ustedes mismos, si están en la fe; priebense a ustedes mismos.” (2 Corintios 13:5)

Porque cuando nos atrevemos a examinar nuestras raíces, podemos sanar nuestras ramas y nuestros frutos. Solo así podremos sanar las llagas en la conciencia.

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