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 Cuando la alegría desafía a la escasez

Por: Deisy Viana

Déjame contarte que esta semana, la vida me regaló un encuentro que aún resuena en mi alma. Conocí a un grupo de personas admirables, de esas que no necesitan grandes escenarios ni instrumentos de marca para hacer vibrar corazones. Son adultos mayores, rostros surcados por los años, pero iluminados por una alegría contagiosa. Con sus panderetas hechas de tapas de botellas, una charrasca improvisada con un rallador de queso y un tambor que alguna vez fue un pote de pintura, lograron lo impensable: pusieron a bailar a todos los presentes. Me recordaron a la orquesta de Cateura en La Asunción, Paraguay.

Más allá del ritmo y la melodía, lo que me estremeció fue la fuerza invisible que los movía. ¿Era una burbuja de ilusiones? ¿Una forma de autoengaño para no mirar de frente la dureza de la vida? No lo sé. Pero lo que sí sé es que han hecho de la adversidad una oportunidad, y no han permitido que los problemas les apaguen la voz.

Este fenómeno conductual, que podríamos llamar “resiliencia creativa”, es una expresión profunda del alma humana. En sociedades marcadas por la escasez, la música se convierte en refugio, en trinchera, en puente. Estos hombres y mujeres mayores, muchas veces invisibles para el sistema, nos enseñan que la dignidad no se compra, se construye. Que la alegría no siempre nace del tener, sino del ser.

Pero ¿qué sucede cuando no los valoramos? Cuando su arte es visto como simple entretenimiento de feria o como una rareza pintoresca. Sucede que perdemos una fuente viva de sabiduría, de memoria colectiva, de humanidad. Sucede que la sociedad se empobrece, no solo en lo económico, sino en lo espiritual. Porque cada vez que ignoramos a quienes, con sus manos arrugadas, siguen sembrando belleza en medio del caos, estamos negando nuestras propias raíces.

Ellos no piden caridad, piden mirada. No exigen aplausos, sino respeto. Y si no somos capaces de reconocer su aporte, corremos el riesgo de convertirnos en una sociedad que desecha lo que no produce, que margina lo que no entiende, que olvida a quienes ya no pueden correr, pero aún saben danzar.

La Biblia nos recuerda: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos... con todo, yo me alegraré en el Señor, y me gozaré en el Dios de mi salvación.”  

— Habacuc 3:17-18

Este versículo es un canto de esperanza en medio de la escasez. Así como estos músicos del alma, que con sus instrumentos rudimentarios desafían la tristeza, también nosotros estamos llamados a encontrar gozo en lo esencial, a celebrar la vida incluso cuando el panorama parece árido.

Que su ejemplo nos despierte. Que su música no se pierda en el ruido de la indiferencia y que puedan materializar su sueño de interpretar sus canciones con instrumentos de verdad. Que aprendamos de ellos a transformar el dolor en cantos, y la carencia en arte, especialmente que alcancen logros similares a los de la orquesta de Cateura para que su transformación social impacte más allá de la música: las vidas.

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