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Parto de Patria
Oscar González Ortiz

La guitarra de un canta-autor venezolano, lanzó al viento una pregunta cósmica hace décadas: “Hace 400 años que mi patria está preñada, ¿quién la ayudará a parir para que se ponga bonita?”. Esta metáfora obstétrica es un diagnóstico profundo de Venezuela, tierra de hombres y mujeres valiosos con heridas coloniales abiertas, cargada de años gestando identidad y liberación pendiente. 

La imagen de la nación como un vientre tenso esperando alivio y transformación captura la angustia colectiva. Ese grito desde las entrañas del pueblo ha sido por un alumbramiento histórico. Entonces, en un giro que la poesía social apenas pudo anticipar, el proceso de parto encontró un partero fundamental:  Hugo Chávez, quien emergió como la encarnación política de ese anhelo acumulado. 
Su llegada fue interpretada por millones, como la respuesta concreta a la pregunta del canta-autor. El pueblo, reconociendo la voz de los olvidados, elevó al líder del 4-F a la presidencia con una claridad democrática inapelable, su trayectoria se forjó en la resistencia activa, quedando invicto por la potencia de su conexión con el pueblo. Elecciones lo ratificaron, golpes de Estado fracasaron ante la muralla humana que lo defendió; su amor por la patria fue acción constante. 

Simón Bolívar, dedicó su vida a la lucha por la independencia frente a la Corona española, Chávez luchó por la liberación continua frente a nuevas formas de dominación: económica y política. Ambos gigantes entendieron que la libertad es un proyecto inacabado, un río que debe fluir sin cesar. Bolívar rompió cadenas físicas, Chávez desafió grilletes económicos y la invisibilidad política de los nadies. Su esfuerzo, como el del Libertador, fue un acto de entrega a la idea de una patria dueña de su destino. 

Los hijos que niegan el parto

Ante estos legados de lucha por la autodeterminación, surge una interrogante: ¿Cómo es posible que existan venezolanos, compatriotas que caminan la misma tierra bañada por el Orinoco y el Caribe, que clamen por invasiones extranjeras? ¿Cómo pueden voces nacidas en esta geografía bendecida y maltratada, articular discursos que piden la intervención armada de potencias foráneas? Esta postura representa una fractura existencial profunda. Existe una sospecha lacerante, una intuición que se impone al observar estas posturas extremas.

Quienes piden bombas sobre su propio pueblo, quienes anhelan la invasión como “solución”, difícilmente están anclados en la realidad cotidiana de Venezuela, probablemente no respiran el aire denso de nuestras ciudades al amanecer, no hacen cola en las bombas de gasolina, no sienten en sus huesos la lucha diaria por sostener un hogar en medio de complejidades. 

Su llamado a la guerra es abstracto, es formulado desde la distancia física o emocional, en espacios donde las consecuencias de sus deseos bélicos no los tocarán; son espectadores que piden el incendio del teatro donde otros viven, este deseo de invasión encierra una falacia trágica: Quienes lo promueven imaginan quizás un bombardeo quirúrgico, ataques limpios que únicamente afecten a un “equipo”, “color” o “grupo específico”. 

Esta visión es ilusión peligrosa, negación infantil de la naturaleza brutal de la guerra moderna. Las bombas no discriminan por credo político al estallar, las balas perdidas no leen carnets de partidos, las ametralladoras ciegas devoran hijos de todos los bandos. El hambre que sigue a los conflictos no pregunta por preferencias electorales, la infraestructura destruida —hospitales, escuelas, plantas de agua— perjudica a toda la sociedad. 
La guerra es un monstruo que, una vez desatado, devora sin distinción. Basta observar los conflictos que ensangrientan otras latitudes, las imágenes son universales y atroces. Ciudades reducidas a escombros, madres llorando sobre los cuerpos de sus hijos, ancianos buscando agua entre ruinas, hospitales desbordados sin medicinas y éxodo masivo de refugiados despojados de todo. 

Este es el rostro real de la guerra que algunos invocan livianamente para Venezuela. ¿Es éste el futuro que se desea para los hijos de esta tierra? ¿Para los barrios de Caracas, para las sabanas de Apure, para las playas de Margarita? La respuesta surgirá del amor profundo por la patria de cada venezolano. Amor que rechace cualquier solución que implique la destrucción de lo que somos; el verdadero patriotismo no clama por la llegada de ejércitos extranjeros. Trabaja, desde adentro con la fuerza del pueblo organizado, por la paz y la construcción de puntos comunes. La patria, como el canta-autor, Bolívar y Chávez entendieron, es el hombre. Todos los hombres y mujeres que la habitan, su destino no puede sellarse con bombas.
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