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Lo Quieren Bueno, Bonito y Gratis
Por: Deisy Viana

Déjame contarte que el otro día me pidieron que editara un video. Tres minutos, dijeron. Algo sencillo. Que se viera profesional, cinematográfico, que transmitiera un mensaje claro, que emocionara y si era posible que se viralice. Acepté con gusto. Les pasé el presupuesto. Y entonces vino la frase que ya me sé de memoria:  
“¿Tanto por un video tan corto?”

Respiré hondo. No era la primera vez. Ni será la última. Pero cada vez duele un poco. Porque detrás de esos tres minutos hay algo que nadie ve:  
- Hay horas de grabación, repeticiones, ajustes de luz, sonido, encuadre.  
- Hay noches editando, cortando, sincronizando, buscando la música perfecta.  
- Hay años de formación, de ensayo y error, de inversión en equipos, en libros, en cursos.  
- Hay pasión. Hay entrega. Hay oficio.

Pero todo eso, para muchos, no cuenta. Solo ven el resultado final. Y si dura poco, entonces “no puede costar tanto”. Lo insólito es que ellos en sus propios negocios sí cobran lo que les parece justo sin aceptar regateo; la ley del embudo pues, lo ancho para ellos y lo delgado para los demás.

Y sin embargo, para muchos, el trabajo creativo —y en general, cualquier trabajo que no implique sudor visible o maquinaria ruidosa— sigue siendo “caro”. Como si el conocimiento, la experiencia y la sensibilidad no costaran nada. Como si el talento fuera un regalo que uno está obligado a compartir gratis. No se dan cuenta que mientras ellos disfrutaban su tiempo en cosas superfluas, vacilando, paseando, otros estábamos investigando, practicando, aprendiendo, dejando las pestañas en muchos amaneceres, invirtiendo en nuestra capacitación.

Pero ¿Por qué no valoramos el trabajo de los demás? Este fenómeno no es exclusivo del mundo audiovisual. Le pasa al diseñador gráfico, al fotógrafo, al psicólogo, al mecánico, al médico, al panadero artesanal, a todos. Hay una cultura —profundamente arraigada— que romantiza el talento pero desprecia su precio. Queremos resultados profesionales, pero no estamos dispuestos a pagar por ellos.

¿Por qué ocurre esto? Falta de empatía y desconocimiento: Muchos no comprenden lo que implica un proceso profesional porque nunca lo han vivido.  
- Mentalidad de escasez: Creen que si pagan lo justo, pierden algo. No ven el pago como una inversión, sino como una pérdida.  
- Normalización del “favor”: En entornos donde todo se pide “de pana”, se desdibuja la línea entre amistad y profesionalismo.  
- Cultura del regateo: En muchos países, regatear es casi un deporte nacional. Pero hay una diferencia entre negociar y desvalorizar.

¿Cómo no dejarse desmotivar? Ante estas actitudes, es fácil caer en la frustración. Pero aquí van algunas recomendaciones para no perder el rumbo:

- Pon límites claros: No tengas miedo de decir “no” cuando alguien no valora tu trabajo. Tu tiempo y talento merecen respeto.  
- Educa con paciencia: A veces, explicar el proceso ayuda a que otros comprendan el valor real de lo que haces.  
- Rodéate de quienes sí valoran: Hay clientes, colegas y amigos que entienden y respetan tu trabajo. Aférrate a ellos.  
- No bajes tus estándares por miedo a perder oportunidades: Lo barato sale caro, y lo regalado se desprecia.  

- Recuerda tu propósito: No trabajas solo por dinero, sino por pasión, por vocación, por impacto. Eso también tiene valor.

Hasta Jesús dijo que  “El obrero es digno de su salario” (Lucas 10:7).  
No hay ambigüedad en esa frase. No dice “el obrero es digno si el cliente lo considera”, ni “si el trabajo es largo”, ni “si no es su amigo”. Es digno y Punto.

Valorar el trabajo ajeno es un acto de justicia, de humildad y de humanidad. Porque cuando pagamos lo justo, no solo estamos reconociendo un esfuerzo: estamos sembrando respeto, dignidad y futuro, recuerda la ley del boomerang todo lo que le lances a los demás viene contra ti con más fuerza y el hambre no da una sola vez.
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