El precio de la sombra en el Caribe
Oscar Humberto González Ortiz
¿Lo entiendes?…¿qué sabes de la guerra? El costo silencioso del Caribe militarizado con la presencia de cascos de combate, fusiles, soldados-contratistas —americanos y latinos—, comidas, bebidas, logística de combate, buques de guerra, aviones de ataque, submarinos y equipamiento tecnológico de última generación no es un espectáculo cinematográfico. Es la materialización de una estrategia geopolítica que convierte aguas internacionales en escenarios de presión disfrazada bajo la bandera de la lucha antidrogas; en otras oportunidades fue por patriotismo, democracia, libertad o contra carteles del narcotráfico.
Esta narrativa, repetida hasta el cansancio, ocultará alguna verdad: el uso de operaciones militares como instrumento de coerción contra naciones soberanas. La historia se repite, aunque con actores y tecnologías diferentes. A principios del siglo XX, buques británicos y alemanes bloquearon costas venezolanas para forzar el pago de deudas, episodio conocido como la Crisis Venezolana de 1902-1903.
Hoy, el escenario es similar, pero los cañones de entonces han sido reemplazados por destructores con sistemas de armas misilísticas y drones de vigilancia. El despliegue militar contemporáneo implica un gasto astronómico para los contribuyentes del país interventor. Cada día que la flota permanece en el Caribe, consumen millones en combustibles, mantenimientos, salarios de contratistas y tecnología de guerra electrónica. ¿Cuánto cuesta el aire acondicionado de esas embarcaciones en medio del trópico? ¿Cuánto se invierte en misiles que nunca se disparan pero se exhiben como amenaza?
La economía de la guerra es un negocio redondo para unos pocos y una carga para muchos. ¿Existirá algún venezolano que viviera el asedio del siglo pasado? También evoco recuerdos siendo cadete en la Academia Militar en los años 80, cuando una embarcación de guerra incursionó en el espacio marítimo venezolano, momentos cercanos a la activación de un proceso bélico.
Mientras tanto, en Venezuela, la vida transcurre entre realidades paralelas. Los pescadores de Cabruta observan las crecidas del río Orinoco, los campesinos de El Socorro planifican sus ciclos de siembra según las lluvias, y las familias sobreviven a las vicisitudes del día a día.
Pero las redes sociales irrumpen en esta cotidianidad con relatos de militares desertores que supuestamente huyen del país. Según esos reportes, soldados venezolanos cruzan fronteras hacia el Caribe, convertidos en refugiados de una guerra no declarada.
La sombra histórica y la diplomacia de paz
El bloqueo de 1902-1903 dejó lecciones imborrables. Cipriano Castro, entonces Presidente de Venezuela, se negó a ceder ante las potencias europeas y apeló al principio de no intervención. Aunque la crisis terminó con un arbitraje internacional, consolidó una mentalidad soberana que perdura hasta hoy. Ese episodio histórico se repite ahora con otros matices: las embarcaciones ya no son de vapor, pero la intención de doblegar —torcernos el brazo— mediante la fuerza es la misma.
La diferencia radica en que hoy existe en la República Bolivariana de Venezuela la iniciativa de la “Diplomacia de Paz Bolivariana”, promovida desde el ALBA-TCP; insistimos en el diálogo multilateral como antídoto contra conflictos. Esta es una estrategia inteligente que activa el Derecho Internacional y alianzas regionales, para evitar una escalada. La lucha contra el narcotráfico sirve de pretexto para justificar despliegues militares, pero los resultados son magros.
Mientras se invierten millones en patrullas navales, los carteles siguen operando porque el problema no es de falta de armas, es la demanda internacional y corrupción transnacional. Venezuela se encuentra atrapada en una geopolítica perversa: si resiste, es acusada de narcodictadura; si cede, pierde su soberanía. Sin embargo, el pueblo no se deja engañar. Sabe que la verdadera libertad no se alcanza con invasiones, es con justicia social y autodeterminación.
El mundo vive múltiples conflictos, desde Ucrania hasta Gaza, añadir uno nuevo en América Latina sería catastrófico. La pregunta no es si Venezuela resistirá —estamos preparados—, sino pregúntese quién será el siguiente, después de nosotros: ¿le tocará a México? ¿Canadá? ¿Dinamarca? ¿Cuba? ¿Nicaragua? ¿A cualquier nación que se niegue a someterse? La paz no es la ausencia de conflictos, es la presencia activa de alternativas diplomáticas. Mientras tanto, los soldados rasos de ambos lados merecen volver a casa, los pescadores merecen mares libres de fragatas hostiles, y los campesinos merecen sembrar sin que misiles crucen el cielo.