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Perdón! Te rompí el ego

Por: Deisy Viana

Déjame contarte que hoy hice algo que para muchos puede parecer insignificante, pero para mí fue un acto de conciencia. Participé en una actividad preventiva en el centro de San Juan cuando vi a un motorizado llevando de pasajero a un adolescente, quizás de trece años, sin casco. Me acerqué con respeto y le comenté al conductor que era peligroso, que el casco no es un accesorio, sino una protección vital. Su reacción fue inmediata: se molestó. Me miró como si yo fuera el problema, como si mi observación hubiese sido una ofensa personal porque él "sabe lo que hace" 

Me quedé pensando. ¿Por qué nos incomoda tanto que nos señalen algo que podría salvarnos? ¿Por qué hay quienes viven a la defensiva, como si cada palabra ajena fuese un ataque? ¿Por qué hay personas que parecen tener un radar encendido, buscando fallas, errores, detalles para criticar, para decir que así no se hacen las cosas, para juzgar sin saber? ¿Por qué es tan difícil aceptar que estamos fallando?

Desde la sociología, este comportamiento tiene nombre: actitud hipercrítica. Suele aparecer en contextos de frustración, baja autoestima o entornos donde la competencia ha desplazado a la colaboración. En sociedades marcadas por la desigualdad, la crítica se convierte en un escudo: juzgar al otro para no mirar lo que nos duele dentro.

También está el fenómeno del sesgo de la primera impresión, donde etiquetamos a alguien por un gesto, una palabra, una apariencia, sin permitirle el derecho a la complejidad. Es más fácil decir “ese cree que lo sabe todo” que preguntarse “¿por qué me incomoda lo que dijo?”

Pero vivir así tiene consecuencias: relaciones rotas, ambientes tóxicos, pérdida de oportunidades para aprender, para crecer, para sanar. Nos convertimos en jueces sin toga, dictando sentencias desde el ego y no desde la empatía.

Yo no quiero convertirme en eso. No quiero que mi voz se use para herir, ni que mi silencio sea cómplice del descuido. Aprendí que hay formas de decir las cosas, y también formas de recibirlas. Que no todo consejo es crítica, y no toda crítica es malintencionada.

La conducta adecuada empieza por el reconocimiento: todos fallamos, todos ignoramos algo, todos tenemos puntos ciegos. Pero también todos podemos aprender, si dejamos de ver al otro como amenaza y empezamos a verlo como espejo. 

Pero ¿ qué nos enseña el libro de la sabiduría sobre este tema? “El que ama la corrección ama la sabiduría; mas el que aborrece la reprensión es ignorante.” Proverbios 12:1

Este versículo no solo habla de la corrección como herramienta de crecimiento, sino que la vincula directamente con la sabiduría. Rechazar la corrección no es señal de fortaleza, sino de ceguera emocional. Aceptarla, en cambio, es abrir la puerta al aprendizaje, al cambio y a la madurez.

Hoy no sé si el motorizado reflexionó. Tal vez no. Tal vez sí. Pero yo sí lo hice. Y entendí que el casco que más necesitamos es el de la humildad, ese que protege el pensamiento de los golpes del orgullo. Señor motorizado, compañero, vecino, amigo, quienes sean, que por su bien fueron corregidos, ¡Perdón! Si les rompí el ego.

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