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La fuerza del arroz chino

Oscar Humberto González Ortiz

La reciente escalada en el supuesto combate contra el narcotráfico en aguas del Caribe es una estrategia con claros matices geopolíticos, que comienza a mostrar consecuencias inesperadas y profundamente dañinas para la vida cotidiana del pueblo venezolano. La amenaza que se cierne incluso sobre las embarcaciones pesqueras atuneras, sustento de muchas familias, trasciende lo operativo para convertirse en cruda expresión de asedio. 

Esta presión externa, que quieren hacer sentir como un cerco que se estrecha, evoca de manera poderosa la frase cargada de identidad contradictoria: “Tan venezolano como el arroz chino”. Es justamente en esta mezcla aparentemente improbable donde reside la clave para entender la fortaleza nacional. 

No somos un ingrediente puro, estamos compuestos de síntesis creativa, un platillo que nadie inventó pero que todos reconocemos como propio. Así es la esencia del venezolano: una amalgama de influencias que se funden para crear algo único y potente. En un mes que huele a historia, la Carta de Jamaica donde Bolívar soñó con una gran confederación de naciones, las acciones unilaterales de hoy parecen burlar ese ideal panamericano. 

Este momento se asemeja al esfuerzo de nuestra selección de fútbol, “la Vinotinto”, en su lucha por alcanzar el repechaje. No es la victoria garantizada, es la oportunidad de competir, de demostrar en cancha ajena el coraje que nos define. Es la lucha contra pronósticos adversos, una metáfora perfecta de resistencia nacional frente a desafíos que pretenden aislarnos. 

Paralelamente, mientras se aproxima el inicio de clases, la figura del maestro Simón Rodríguez, el Robinson, quien abogó por una educación inventiva y propia, se vuelve más vigente que nunca; su legado choca contra la cruda realidad de padres y madres que enfrentan la “gota fría”, del parto económico para conseguir uniformes y útiles en una economía fracturada. 

La naturaleza misma parece sumarse a esta prueba, con inundaciones en Camaguán, Guayabal y La Negra, la vulnerabilidad es constante como también la infinita capacidad para echar hacia adelante, para sacar el barro con las manos y empezar de nuevo. 

La savia histórica de la resistencia cotidiana 

La respuesta a estas capas superpuestas de dificultad no se encuentra en manuales foráneos, está en las raíces de nuestra propia historia. La valentía no es un concepto abstracto; tuvo nombre y apellido: Leonardo Infante, cuya lanza era extensión de su voluntad indomable; Pedro Zaraza, hecho de pura leyenda llanera; Juan José Rondón, cuyo coraje en la batalla decantó el resultado a favor de la libertad. Ellos no lucharon por abstracciones, batallaron por la concreción de un territorio libre. 

He ahí la primera enseñanza: la acción directa y valiente frente a la adversidad. Simón Bolívar, el estratega y visionario, complementa este cuadro: su mente nunca se conformó con expulsar al imperio, por lo que diseñó arquitecturas de unión continental. 

La solución a problemas complejos, como el fin de las interminables colas para adquirir combustible subsidiado, o el descubrimiento de la fórmula que ya parece mágica que frene la asfixia cambiaria, requiere precisamente de esa dualidad: la bravura de Infante e inteligencia innovadora de Bolívar. 

Requerimos romper los dogmas que nos atan. La memoria colectiva viaja con nostalgia, pero también con propósito, a la década de 1950 cuando la moneda “bolívar” era sinónimo de solidez y el país producía. Revisar la historia no es anhelo vano, es recordatorio de que la dependencia petrolera fue una elección, no es un destino irrevocable; la diversificación económica es la única ruta hacia una soberanía verdadera, una donde el valor de la palabra del venezolano recupere su peso. 

En un mundo de documentos notariados y desconfianza institucional, el honor de un acuerdo de mano, la certeza de que la palabra empeñada es más sólida que cualquier papel, es la base de cualquier reconstrucción; se trata de tejer nuevamente el tejido social desde la confianza mutua. Amar a Venezuela trasciende el sentimiento, se convierte en un acto de construcción diaria, en elegir lo local, creer en el productor nacional, educar a los hijos con el ejemplo de la honestidad laboral. 

Es encontrar en la mezcla improbable de nuestro “arroz chino” nacional la fórmula para la innovación, creando desde nuestras limitaciones los productos y servicios que el mundo no sabe que necesita. La lucha no es sólo geopolítica o económica, es cultural y existencial. Es defender el derecho a ser nosotros mismos, una combinación perfecta e inimitable de coraje, ingenio y sabor. 


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