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Entre algoritmos y abrazos ¿Cuál desarrollo?

Por: Deisy Viana

En los últimos años, hemos sido testigos de un avance vertiginoso en el desarrollo de la inteligencia artificial. Desde asistentes virtuales que responden con precisión quirúrgica, hasta algoritmos capaces de predecir comportamientos humanos, la IA ha transformado la forma en que trabajamos, nos comunicamos y tomamos decisiones. Sin embargo, mientras la tecnología se perfecciona, algo esencial parece desdibujarse: nuestra capacidad de sentir, conectar y comprendernos emocionalmente.

Estamos en presencia del retroceso silencioso de la inteligencia emocional. La hiperconectividad digital ha traído consigo una paradoja: estamos más comunicados que nunca, pero menos conectados emocionalmente. La prisa por automatizar, optimizar y cuantificar ha dejado poco espacio para la pausa, la empatía y el reconocimiento del otro. En muchos entornos, se valora más la eficiencia que la sensibilidad, y se premia el rendimiento por encima del cuidado.

Este retroceso no es solo individual, sino colectivo. Las relaciones humanas se ven afectadas por la falta de escucha profunda, la incapacidad de gestionar emociones complejas y la tendencia a evadir el dolor en lugar de transformarlo. En este contexto, la inteligencia emocional —esa que permite reconocer, nombrar y canalizar lo que sentimos— se convierte en un recurso escaso, pero urgente.

Pero ¿Qué consecuencias puede traermos este desequilibrio?

La lista es larga:

- Deshumanización de los vínculos: relaciones más superficiales, menos compasivas.

- Decisiones frías en contextos que requieren sensibilidad y ética.

- Aumento de la ansiedad, el aislamiento y la desconexión interior.

- Riesgo de que la IA reproduzca sesgos humanos sin conciencia emocional para corregirlos.

Creo que nos urge hacer un llamado a la resiliencia emocional. No se trata de rechazar la tecnología, sino de integrarla con conciencia. La inteligencia artificial puede ser una aliada poderosa si se pone al servicio de valores humanos. Pero para ello, necesitamos cultivar la inteligencia emocional con la misma dedicación con que entrenamos algoritmos.

Volver a mirar al otro con ternura, a escucharnos sin juicio, a reconocer nuestras heridas y convertirlas en propósito. Esa es la revolución pendiente. Porque en medio de tanta automatización, lo que nos hará verdaderamente evolucionar será nuestra capacidad de sentir con profundidad y actuar con compasión.

No perdamos la humanidad. La sensibilidad no es debilidad, es fortaleza. La empatía no es un lujo, es una necesidad. Y la inteligencia emocional no es opcional, es el corazón de toda transformación sostenible.

Que la tecnología avance, sí. Pero que no nos arrastre lejos de lo que somos. Que cada paso digital esté acompañado de un paso interior. Que no olvidemos que detrás de cada dato hay una historia, y detrás de cada algoritmo, una decisión que afecta vidas reales.

"Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida." (Proverbios 4:23) Recuerda, ningún algoritmo jamás podrá sustituir el poder de  un abrazo.

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