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Cuando la comunidad se convierte en medicina
Oscar Humberto González Ortiz

En el corazón de San Juan de los Morros, entre calles que parecen abrazar el tiempo, ubicamos la comunidad de Las Palmas. Lugar donde el sol quiebra su luz sobre los techos y calles que requieren pavimentarse, la dignidad humana florece entre adversidades. Aquí, la vida es medida en la capacidad de sostener la esperanza cuando el cuerpo y alma se fracturan. 

En esta comunidad del estado Guárico, una familia encarna la lucha silenciosa: una niña de diecinueve años enfrenta la leucemia linfoblástica con un único camino hacia la supervivencia: un trasplante de médula ósea. Su hermana menor, de dieciséis años, es la donante perfecta. Detrás de esta historia, hay un hogar humilde que late al compás de la resistencia colectiva, un relato que trasciende lo individual para convertirse en símbolo: la salud como derecho, la solidaridad como deber. 

La fragilidad como motor de fortaleza

El siglo pasado, en América Latina, las enfermedades graves como la leucemia eran sentencias sin apelación. Sin acceso a tratamientos avanzados, las comunidades recurrían a redes informales de apoyo: vecinos que compartían alimentos, curanderos que mezclaban hierbas con fe, y familias que transformaban el dolor en acción. En Las Palmas, este legado histórico parece resurgir. La madre de la joven, a quien llamaremos la Prof, convirtió su hogar en santuario de cuidados. 

Atiende a su hija con leucemia, a su madre en silla de ruedas —víctima de una fractura de fémur— otra hija menor con necesidades especiales; un perro llamado Leonardo, y un gatito de nombre Canelo, completan este mosaico donde lo cotidiano se vuelve épico y todas en solidaridad, con el cabello rapado pasan el día a día. Para complementar, hace dos meses, la muerte del esposo de la prof añadió un capítulo más al duelo. Sin embargo, en lugar de paralizarse, la familia —y quienes la rodean— tejieron una respuesta: entender que la supervivencia es un acto social. 

En décadas pasadas, ante la ausencia de sistemas de salud robustos, eran las juntas vecinales o las parroquias las que sostenían a los enfermos. Hoy, aunque los hospitales existen, casi la accesibilidad sigue siendo un privilegio. 
Lo innovador aquí es la reconexión con un principio que parece olvidado: la salud como construcción colectiva. Mientras el Estado lucha por cumplir su rol, son los ciudadanos quienes, al asumir responsabilidades compartidas, redefinen lo público. En este caso, la prof es una cuidadora y arquitecta de resiliencia. Su hogar, microcosmos donde debaten temas universales: ¿Cómo garantizar derechos a la salud, en el contexto: sin recursos económicos? ¿Qué significa la justicia social cuando la vida pende de un hilo? La historia de esta familia refleja que en muchas comunidades, parece que la salud sigue siendo un lujo. 

En los años 60, por ejemplo, en Venezuela, las ligas contra el cáncer surgieron desde la sociedad civil para apoyar a pacientes sin recursos. Hoy, en Las Palmas, se replica ese modelo: médicos que donan la consulta, vecinos que se organizan, jóvenes que difunden la causa en redes sociales; cada gesto, por pequeño, es un acto político, donde: desafían la indiferencia y reclaman un mundo donde nadie muera por falta de oportunidades. 

La leucemia de la joven es recordatorio de que la vulnerabilidad nos iguala. En un país marcado por un descomunal bloqueo, miles de sanciones y divisiones políticas, esta familia se une a través del dolor. La abuela en silla de ruedas, las niñas: una paciente de leucemia, otra con el desafío de donar médula y  la menor con discapacidad, entre las diferentes situaciones están los animales que ofrecen consuelo sin palabras… Todos encarnan una lección: la supervivencia depende de cuánto estemos dispuestos a cargar juntos el peso ajeno. 

Mientras la ciencia trabaja, Las Palmas ora. Pero sus plegarias no son pasivas; están llenas de manos en acción. Porque, como dicen sus habitantes, “Dios escucha, pero la gente actúa”. En este siglo, donde la individualidad parece reinar, esta comunidad revive un principio ancestral: nadie se salva solo. La médula que la hermana donará es, en esencia, un símbolo: la vida que se regenera a través de la entrega mutua. 

Hoy, el desafío es claro: transformar el milagro cotidiano de respirar y caminar en un compromiso con quienes luchan por seguir haciéndolo. En Las Palmas, cada respiración de la joven es un llamado a reimaginar la política: no como ejercicio de poder, sino como arte de sostener la vida..
opinión
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